En su libro Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano describe: “…el dictador Porfirio Díaz había celebrado, con grandes fiestas, el primer centenario del Grito de Dolores: los caballeros de levita, México oficial, olímpicamente ignoraban el México real, cuya miseria alimentaba sus esplendores. En la república de los parias, los ingresos de los trabajadores no habían aumentado en un solo centavo desde el histórico levantamiento del cura Miguel Hidalgo”. La primera revolución social de siglo XX acabó con el porfiriato y su oligarquía.
Octavio Paz, en El ogro filantrópico, destaca el crepúsculo de la “modernización” porfirista: “…la República liberal de Juárez. No se derrumbó: Porfirio Díaz lo convirtió en un templo hueco. En el altar colocó dos estatuas: el telégrafo y el ferrocarril. Los revolucionarios colgaron de los postes del telégrafo a los caciques porfiristas y en cada estación de ferrocarril libraron una batalla”. La Cuarta Transformación no requirió de sangre para someter al neoporfirismo y su “modernización” y al padre del neoliberalismo mexicano, Carlos Salinas de Gortari, y sus herederos: Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Nuestra soberanía ya no reside en la oligarquía, sino en la democracia, en el sufragio efectivo de los ciudadanos.
El antiguo régimen oligárquico de la privatización de la vida pública dio paso al nuevo régimen democrático y social, el de por el bien de todos, primero los pobres; el del Segundo Piso de la Cuarta Transformación: la prosperidad compartida. Un régimen oligárquico es por naturaleza patriarcal donde el poder económico somete al poder político y al poder ideológico, en este tipo de régimen no hay contrapesos porque los Poderes republicanos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) obedecen al poder económico, incluyendo a la delincuencia de cuello blanco y a la delincuencia organizada.
Un Estado débil favorece al régimen oligárquico, un Estado fuerte, siempre a partir de la democracia, favorece a los intereses de la mayoría. La descolonización, la emancipación son referentes de la libertad ciudadana. El combate contra la desigualdad es la gran batalla del Segundo Piso de la 4T porque la etapa neoporfirista replicó la porfirista: “El bienestar, con todo, alcanzó a poquísimos y a costa del bien de las mayorías. La superioridad y riqueza de algunos se basó en la inferioridad y pobreza de otros” (Alba y ocaso del porfiriato. Luis González y González, FCE).
Así don Porfirio, así Salinas de Gortari, jefe de la mafia del poder, y su cuadrilla de herederos: “En suma, como en todo el mundo cristiano, en México hubo prosperidad desde 1888 hasta 1904. Bastante más que en otros países del Occidente, la bonanza económica mexicana únicamente benefició a unos cuantos. Aquí, como dondequiera, hubo orden y estabilidad pública, pero solo en pocos puntos del planeta se dio un gobierno tan extremadamente autoritario y unipersonal como el nuestro. A la luz de la historia universal, el milagro porfírico se redujo a milagro de santo de segunda. Porfirio Díaz y su cuadrilla de “científicos” se empeñaron en insuflarle a México modernidad, riqueza y homogeneización; sus soplidos produjeron mucho humo y poca llama” (González y González, 2010).
El Segundo Piso de la Cuarta Transformación consolida el cambio de régimen, la convivencia del neoliberalismo con un Estado social de bienestar compartido. El combate contra le desigualdad económica, política, sexual, laboral, social, ecológica… La revolución de las conciencias y la revolución de la vida cotidiana donde el consumismo, la especulación, el individualismo dejen de ser la prioridad social. En el fondo, todo cambio de régimen debiera de ser una revolución de la vida cotidiana y de las conciencias. Cambio y continuidad, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum. Y para don Porfirio Salinas de Gortari adiós, adiós, ¡adiós!