Los años 70 y 80 del siglo pasado fueron los de mayor auge de asesinos seriales en ciudades y suburbios de Estados Unidos.
La década de los 70, sobre todo, registró la cresta más alta en el mencionado fenómeno criminal, con casi 300 homicidas pluralistas en activo en aquella nación. Para mediados de los 80 el índice había descendido a 250. Aun así, la cifra anterior arrojaba un promedio de 120 a 180 muertes anuales.
Ted Bundy, Ed Gein, Richard Ramírez, Ed Kemper, por mencionar solo algunos nombres, entronizaron con sus atrocidades la figura del homicida reiterativo en el horizonte cultural de la Unión Americana. Sin embargo, en el amanecer de la década de 2010 los asesinos en serie activos se redujeron a unos 50. ¿Por qué la tendencia a la baja?
De acuerdo con el libro Extreme Killing: Understanding Serial and Mass Murder publicado en 2005 por la Universidad Northeastern, de los autores James Alan Fox y Jack Levin, la actualización constante en la ciencia forense, los cambios en la policía y la justicia penal, además de la ayuda fundamental que aporta la tecnología, han construido un escenario complicado para los asesinos ritualistas de Estados Unidos y de la mayor parte del mundo.
Amén de la huella genética, sumamente eficaz para la resolución de enigmas forenses actuales o del pasado, “la huella digital”, que es capturada por cámaras de vigilancia y teléfonos móviles, con sus útiles aplicaciones de rastreo, dejan expuesto a cualquier criminal, sea asesino en serie o un ladrón de carteras.
Pese a todo, muchos criminales evaden los rubros genético y tecnológico, dificultando su captura.
La policía de Oregón, por ejemplo, enfrenta un enigma de seis mujeres asesinadas en un lapso de tres meses. Los cuerpos de las víctimas han sido recobrados en áreas en su mayoría boscosas.
De acuerdo con las autoridades locales, las mujeres sacrificadas tienen menos de 40 años. Hasta el momento, esa es toda la información con la que presuntamente se cuenta: la policía señala que aún no existen evidencias que clarifiquen un poco el camino que conduzca a la detención del o de los asesinos.
La ausencia de cámaras en las áreas boscosas donde han sido abandonados los cadáveres, así como la ausencia de ADN del agresor, mantienen a los agentes en estado latente.