Los años sesenta y setenta del siglo XX son considerados la época de oro del aventón (autostop). La contracultura, las ansias de libertad y, por supuesto, el hecho de que la mayoría de los jóvenes carecía de coche propio, impulsaron esta forma barata de viajar.
Para finales de la década de los setenta, sin embargo, el fenómeno del aventón perdió su aroma libertario a causa, entre otros factores, de la difusión en los medios de crímenes en los que los autoestopistas eran las víctimas.
El 29 de septiembre de 1978, Mary Vincent, de 15 años, deseaba escapar del entorno de un padre abusador y visitar a su abuelo, por lo que en compañía de otros dos adolescentes pidió aventón a un hombre que manejaba una furgoneta. El ex marinero mercante Lawrence Singleton detuvo su marcha, pero solo invitó a subir a Mary Vincent.
Los dos adolescentes aconsejaron a Mary no ingresar a la unidad, pero la joven hizo caso omiso, incursionando así en lo que el especialista en crímenes reales Julian Morgans describe como un “territorio de caza para docenas de asesinos en serie”.
En el trayecto, Mary se durmió. Al despertar, la joven se percató que iban en una dirección que la alejaba de la casa de su abuelo en Berkeley, California. Mary tomó un garrote que estaba dentro del auto y quiso obligar a Singleton a retomar el camino indicado.
El hombre detuvo el auto y dijo que iría a orinar. Mary se confió lo suficiente y no se percató del regreso de Singleton, quien traía una maza en la mano.
El golpe fue tan duro que fracturó el cráneo de Mary Vincent. Al no poder penetrar a la joven, Singleton la violó con un cuchillo.
Después de abusar sexualmente de ella varias veces, Singleton la arrastró hacia un precipicio con la intención de matarla. Como la joven se defendía valientemente, el individuo le cercenó los brazos con un hacha.