En su momento fue una noticia que sacudió al mundo. El RMS Titanic, que tenía como destino la ciudad de Nueva York, se hundió en su primer viaje, entre la noche del 14 y la madrugada del 15 de abril de 1912. La cantidad de fallecidos fue impresionante: 1,500 personas. Este siniestro se convirtió en una de las mayores tragedias de la historia.
Y las víctimas pudieron ser más, de no ser por el Carpathia que había salido del puerto neoyorquino y se dirigía hacia Fiume (hoy Rijeka, Croacia), cuando recibieron la llamada de auxilio. El capitán Arthur Rostron ordenó desviar la ruta de la nave para rescatar a los náufragos: 706 en total. Tres días más tarde pudieron ser llevadas hasta la gran manzana.
Gracias a su heroísmo el mencionado capitán y su tripulación fueron acreedores a reconocimientos y homenajes. Entre todos estos premios destaca uno que recibió el oficial Rostron, no solo por su valor económico, sino por tratarse de algo legendario.
El señor John Jacob Astor IV era un polímata: militar, escritor, inventor, economista. Pero sobre todo millonario. Era uno de los hombres más ricos del mundo y el más rico que viajaba en el Titanic. Al momento de morir su fortuna se estimaba en 87 millones de dólares (unos 2,442 millones actuales).
Una semana después del hundimiento su cuerpo fue rescatado. Entre sus pertenencia hallaron un reloj de bolsillo de oro (18 quilates) marca Tffany & Co. Su viuda, Madeline Talmage Force, decidió regalárselo al heroico capitán del Carpathia, teniendo como dedicatoria: “con la gratitud y aprecio de tres supervivientes”, y la fecha: 15/04/12.
Hace apenas unos días, después de 112 años, el reloj fue subastado por la casa británica Henry Aldridge and Son en 1,86 millones de euros (unos 39, 874, 494.00 pesos), rompiendo récord en lo que a objetos del Titanic se refiere. Del afortunado propietario se sabe que es un coleccionista estadounidense. Tal vez ahora luzca en una vitrina blindada con un sistema de alarmas de primerísimo nivel.
Seguimos siendo testigos de cómo las personas más ricas del mundo siguen peleándose por tener un pedazo de la historia de este trasatlántico, mientras sus propietarios duermen con los peces en el olvido.