El sismo de otro 19 de septiembre

  • Paisajes abreviados
  • José Luis Vivar

Ciudad de México /

Para quien no esté acostumbrado a vivir en una zona sísmica como lo es Zapotlán el Grande, un leve movimiento telúrico puede significar el terror más intenso que alguien haya experimentado en su vida. Esto no es ninguna exageración. Existen testimonios de quienes al sufrir una de estas experiencias, deciden partir de inmediato sin importar su compromiso laboral o académico, jurando jamás volver a las tierras de Juan José Arreola.

Desde luego que nadie puede criticar a una persona con ese tipo de decisiones; finalmente es libre de hacer lo que quiera. Pero ¿qué sucede con quienes vivimos aquí? En verdad no tenemos otra opción más que permanecer y resistir. Si somos optimistas nos daremos cuenta que no tiembla seguido, y consciente o inconscientemente hacemos que esa amenaza queda en el olvido.

Aunque tarde o temprano ocurre de nuevo un sismo, y entonces se vuelve a sentir el mismo temor que la primera vez, es el miedo que surge como una bestia invisible dispuesta a dominarnos, y si no somos capaces de contenernos, de entender que lo que se vive es pasajero, puede irnos muy mal, incluso perder la vida.

La angustia que nos invade no es fácil de explicar, porque se habla desde el presente, no en el momento exacto que ocurrió; en otras palabras eso pertenece al pasado. La vibración de la tierra bajo nuestros pies de forma oscilatoria o trepidante altera nuestras facultades como seres pensantes, abandonamos toda lógica para actuar más con el instinto que con la razón.

Una voz de alerta nos dice al oído que podemos morir, y al querer desplazarnos en busca de un lugar más seguro, nuestras piernas luchan con la gravedad y la fuerza del fenómeno sísmico, haciéndonos difícil poder avanzar. No podemos darnos el lujo de caer porque puede significar una derrota y erróneamente creer que las posibilidades de sobrevivir se reducen.

Y aunque parezca obvio, lo más terrible es que esa sacudida telúrica —además de variar en tiempo—, no ofrece posibilidades de escape porque el espacio donde se manifiesta es de una absoluta totalidad. De ahí que muchas personas caigan en la desesperación poseídas totalmente por el terror, con desenlaces que van desde una crisis nerviosa hasta desenlaces funestos.

De lo que casi nadie habla es de lo que siente cada persona en su interior después de haber vivido un fuerte temblor. Todo queda en la anécdota, a veces camuflada con tintes cómicos para ocultar no el miedo sino el pánico con que se vivió. Referir a propios y extraños su experiencia genera nuevos temores, por eso la mayoría prefiere callar.

El temblor del 19 de septiembre, el tercero que por causas desconocidas se repite en la misma fecha, deja de nuevo sensaciones adversas, malestar general, y el temor a que una de las tantas réplicas sea igual a la primera. Olvidar no es fácil, pero es preferible intentar hacerlo, antes que ese mal recuerdo se impregne en la mente y se manifieste en el sueño, o en la vigilia. Con el olvido seguramente permanecerá allí, hasta que por desgracia vuelva otro fatídico día en que tiembla.

José Luis Vivar


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