Desde muy jovencito el escritor argentino Martín Caparrós (1957) resultó ser un hombre de ideales marxistas. Sorprendió a todos cuando a los dieciséis se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Y aunque estuvo muy poco tiempo en sus filas, su vida cambió para siempre. Vio que el mundo no era solo en blanco y negro sino que había zonas grises por descubrir y analizar.
Más adelante se inició en el periodismo y empezó su carrera como escritor. Son famosas sus novelas “El tercer cuerpo” o “A quien corresponda”. Como ensayista se encuentra: “Contra el cambio. Un hiperviaje al apocalipsis climático”. Aunque en nuestro país es más conocido por el documental Crónicas Mexicas (Dir. Rita Clavel, 2003), donde el autor argentino recorre el territorio nacional.
Hasta hace casi tres años, la vida de Caparrós transcurría con normalidad. Sin embargo, por una serie de trastornos que empezó a presentar acudió con un neurólogo quien le diagnosticó Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), o Enfermedad de Lou Gehrig. Esta se caracteriza por afectar las neuronas motoras del cerebro, del tronco cerebral y la médula espinal, encargadas de controlar el movimiento voluntario de los músculos, los cuales van debilitándose con el paso del tiempo.
Esta dolencia afecta más a hombres que mujeres, y puede aparecer a cualquier edad. Entre las personalidades que la han padecido se encuentran: el beisbolista Lou Gehrig —en cuyo honor se nombra así a esta patología—, la cantante Roberta Flack, el actor David Niven, y Stephen Hawking.
Lo lamentable del asunto es que este autor ya no podrá seguir escribiendo porque la enfermedad le afecta el movimiento de los brazos. En su libro de memorias “Antes que nada”, refiere entre otros tópicos su relación con la enfermedad, y su negativa a que sus amigos lo vean como un moribundo. Su propósito es seguir hasta donde se pueda. Cuenta con la ayuda de Marta Nebot, su pareja, quien está decidida a ser sus brazos y sus piernas.
Martín Caparrós está consciente de que ELA puede aniquilarlo en unos cuantos años. Dejar de hablar, de deglutir y por último de respirar, será inevitable. El silencio cubrirá sus palabras, pero sus ideas y su imaginación permanecerán vigentes en sus lectores.