Hasta hace poco al acercarse el Día de Muertos y Halloween, las sugerencias literarias eran realizadas por diversos expertos y críticos, mismas que aparecían en periódicos, revistas y plataformas digitales. Todas ellas con la intención de orientar y generar nuevos lectores en la temporada de culto a los muertos.
El ejemplo anterior muestra una situación que pareciera anecdótica de muchos años atrás, pero es reciente. Las recomendaciones de lectura han pasado a las manos de la Inteligencia Artificial (IA) La confianza que algunos medios depositan en ella es realmente admirable. Puede parecer cosa de juego, o quizás una ocurrencia, pero la realidad deja ver que se prefiere utilizar una aplicación como ChatGPT (desarrollada por OpenAI en 2022), en vez de consultar a un grupo de especialistas.
Y no solo eso. Existe una especie de festín literario que se ha convertido en un asunto cotidiano el cual afecta de manera directa a los autores. Tan solo el año pasado, en los Estados Unidos unos nueve mil escritores —entre ellos Dan Brown, Jonathan Franzen, y Suzanne Collins—, protestaron a través de una carta en contra de los CEO representantes de OpenAI, Meta, BMI y Microsoft (Diario el Clarín, 21/07/23), por utilizar sus obras como comidas interminables que reproducen y vomitan su lenguaje.
Una acusación seria que en el fondo podría convertirse en una demanda económica porque se ha visto cómo cualquier institución académica, empresa comercial o incluso usuarios particulares, pueden obtener con alguna de las mencionadas aplicaciones un texto con el estilo literario de alguien famoso vivo o muerto. Los resultados son admirables destellos o tristes sombras. No importa, porque se obtiene el producto.
Esta situación es difícil que cambie. No resultará extraño ver que en breve la figura del crítico literario sea eclipsada por anónimos algoritmos cibernéticos. Tampoco se podrá evitar que con la información precisa y los datos requeridos aparezcan novelas armados por la IA.
El escritor venezolano Camilo Pino es contundente al señalar que Nietzsche mató a los dioses, Fukuyama a la historia. Ahora le toca el turno a la escritura. Sería decepcionante que sucediera. No habría más talento ni errores humanos. Solo perfección de formas. Aunque la última palabra la tenemos nosotros, los lectores.