La forma del agua. La primera semana de los Juegos Olímpicos, donde la natación domina el escenario culmina con cuatro jóvenes estelares: el francés Léon Marchand, la australiana Mollie O’Callaghan, la canadiense Summer McIntosh y el rumano David Popovici; ninguno de ellos supera los 22 años edad asegurando un liderazgo casi incontestable en las pruebas más emblemáticas de este deporte durante los próximos ciclos olímpicos. De esta generación que adquiere la forma del agua, Marchand parece tener las características mitológicas necesarias para durar una eternidad: es la clase de atleta que reclama el Olimpo. Descendiente de Spitz y Phelps, el francés cuya nacionalidad también es Atlántida, consiguió de la misma forma que ellos dos oros el mismo día con menos de dos horas entre pruebas: 200 mariposa y 200 pecho. La diferencia es que Marchand lo ha logrado en pruebas individuales y estilos distintos. La evolución del ser humano en el agua podemos establecerla a lo largo de tres épocas: Múnich 1972, Pekín 2008 y París 2024; de Spitz a Phelps y de Phelps a Marchand, hay 52 años de historia.
Stade de France. Si en la piscina la memoria de Phelps parece descansar en paz, en la pista no hay forma de encontrar al ser humano que nos haga olvidar a Usain Bolt: una cosa es ser el mayor medallista olímpico de la historia y otra muy distinta es ser el hombre más rápido en la historia de la humanidad. La hazaña de Phelps se mide con un dato: 28 medallas, 23 de ellas de oro; pero la de Bolt no es una hazaña, sino una condición. El atletismo que se apodera de los Juegos a partir de hoy cambiará el ritmo de los Juegos, pero, sobre todo, nos llevará a un lugar: el Estadio Olímpico que los franceses y los parisinos se han empeñado en esconder. El Stade de France deberá colocar el Fuego Olímpico en algún sitio más tradicional. De algo podemos estar seguros: París es incomparable, pero su estadio no.