Cuando el estadunidense Noah Lyles y el jamaicano Kishane Thompson cruzaron la meta de los 100 metros planos en el Stade France, el tiempo fue retratado. Los medios de información han sido capaces de captar imágenes de huracanes, eclipses, cometas o erupciones de volcanes, pero casi nunca han podido retratar con tanta exactitud, la cara del tiempo.
A esto se le llama instantánea: Lyles venciendo a Thompson por 5 milésimas de segundo del domingo 4 de agosto del 2024 en los Juegos de París. Durante esas 5 milésimas pasaron muchas cosas en el mundo, una de ellas fue el nacimiento del último campeón olímpico de la velocidad, un fenómeno natural que suele suceder cada 4 años.
La vida de Noah Lyles ha sido una constante salida hacia adelante: la dislexia, el bullying y la depresión, en ese orden, le persiguieron durante la infancia y buena parte de su adolescencia en Gainesville, Florida, donde Noah echó a correr primero por las calles de su barrio, después por los patios del colegio y finalmente por la pista de atletismo en la universidad. Su decisión no fue huir, sino superar la adversidad con el único recurso que le ofrecía confianza y seguridad: la velocidad.
En este caso el tiempo no es su rival, sino su gran aliado; la madurez de Lyles con 27 años cumplidos días antes de la inauguración de los Juegos, le convierten en un corredor en el apogeo de su carrera: mientras más corre el tiempo, mejor corre el velocista cuya especialidad no son los 100, donde su mejor marca no lo ubica dentro de los diez grandes, sino en esa curva antes de la recta: los 200.
Esta semana el deporte tendrá una oportunidad única: el jueves 8 de agosto a las 20:30 horas de París, Noah correrá la Final de los 200 metros como el tercer mejor tiempo de todos los tiempos: 19.31 segundos. Lyles deberá correr 13 centésimas más rápido que Bolt (19.19), 15 años después, para romper una marca histórica.