Las ceremonias inaugurales representan a la humanidad de forma natural, neutral y universal, pero siempre existen factores políticos y sociales que descubren su mensaje tras algún velo.
No existen, por lo tanto, inauguraciones olímpicas parciales, sino convenientes. Cada una está envuelta por tres capas protectoras: la deportiva que depende de la expectativa, la cultural que es responsabilidad de la sede y la espiritual vigilada por el olimpismo.
Con estos elementos se produce un espectáculo que tiene el objetivo de volverse icónico: el astronauta de Los Ángeles 84, el arquero de Barcelona 92, el encendido de Ali en Atlanta 96, el vuelo alrededor del Nido de Pájaro en Pekín 2008, la Reina y la música de Londres 2012 y el Sena en París. Después, los Juegos serán recordados por sus atletas, pero sobre todo, por su trascendencia social.
Pocos tan vigentes como los de México 68: símbolo de una auténtica revolución mundial. Turbulentas, mágicas y reivindicativas, las semanas previas y posteriores a la inauguración del 12 de octubre en el Olímpico Universitario son, todavía, un acontecimiento al que acudimos en busca de respuestas: ¿qué sucedió con los movimientos estudiantiles? ¿Como hizo Bob Beamon para volar? o ¿por qué continúa la discriminación? Aunque gran parte de la población actual no había nacido, en algún momento el 68 formó parte de su vida.
La temperatura con la que se conservan aquellos Juegos, ofrece validez al Movimiento Olímpico como el desafío de Jesse Owens a Hitler en 1936, con cuatro medallas colgando del cuello de un hijo de esclavos negros en pleno Berlín; la señal del Black Power de Jonh Carlos y Tommie Smith en el podium de los 200 metros en C.U; el septiembre negro de Múnich 72; el boicot en Moscú 80 y Los Ángeles 84; el desfile de Steve Ovett, Daley Thompson y Sebastian Coe encabezando una delegación británica sin bandera en plena Guerra Fría; el apartheid entre Tokio 64 y Seúl 88 con la liberación de la delegación sudafricana en Barcelona 92; el desfile de las dos Coreas en Sídney 2000 o la sombra de una pandemia sobre Tokio 2020.
El espíritu del 68, libre, tuvo la capacidad de viajar en el tiempo como punto de referencia humano, social y deportivo.