Hace 41 años durante los Campeonatos Mundiales de Helsinki en 1983, un joven soviético nacido en Ucrania recorrió el callejón de salida, clavó la pértiga en el cajetín y se impulsó 5.70 metros sobre el campo: el mundo había conocido a Sergei Bubka.
Uno de los deportistas más espectaculares del siglo XX, dominó con elegancia y voluntad una de las pruebas más representativas del atletismo rompiendo en 35 ocasiones su propia marca: volar, una escape exclusivo de superhéroes, ha sido una de las locuras más felices del ser humano en su constante motivación por dejar atrás las cosas que le oprimen.
Los saltos de Sergei, angelicales, fueron esperanza para millones de personas tras la cortina de acero que miraban en la figura del pertiguista, a un hombre capaz de lanzarse por encima de esa frontera que en épocas de la Guerra Fría, dividía al mundo en dos mitades: Bubka cruzó por los aires el Muro de Berlín antes de ser derribado, sobrevoló nuestras cabezas mientras todo cambiaba, saltó del comunismo al capitalismo, protagonizó el profesionalismo del olimpismo, se uniformó de Nike, abrió una ventana en el Oeste para deportistas del Este, se volvió una de las principales estrellas del marketing deportivo y conquistó la bóveda celeste dejando su última marca en 6.15 metros.
Su vuelo duró dos décadas que estuvieron llenas de cambios políticos, crisis económicas y movimientos sociales. Bubka aterrizó en un mundo muy distinto: la Unión Soviética había desaparecido y su vieja Ucrania era una nación independiente.
Años después del primer salto de Bubka, Armand Duplantis subió la vara hasta una altura extraordinaria: 6.25 metros en el Stade de France, el mayor salto de un hombre impulsado con su propia fuerza. La noche del 5 de agosto Duplantis ganó el oro, rompió la marca olímpica y estableció un nuevo récord mundial.
El viaje del sueco por el aire libre de París 2024 levanta al atletismo, que necesita escribir historias como la suya y leer historias como la de Bubka para demostrar a los jóvenes que el espíritu olímpico puede impulsar al ser humano por encima de sus diferencias. Hoy sabemos de qué mundo despegó Mondo, lo que no sabemos todavía es en qué mundo va a aterrizar.
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