La bocanada de humo descubre un hombre flaco, pausado y refinado que habla con las manos. El cigarrillo entre los dedos, la cajetilla sobre el mantel, la taza de café sorbiendo, los cubos de azúcar en fila y las migas de pan presidiendo la mesa componen un bodegón porteño: Menotti era una pintura del futbol mundial.
A este hombre el juego le debe la voz y también la palabra. Antes de él era un espectáculo mudo, pero con Menotti aprendió un lenguaje y una forma de expresarse: fue el primero que se atrevió a hablar de belleza en la cancha, tradujo a todos los idiomas los dos grandes libros de la historia, El Catenaccio de Helenio Herrera y Futbol Total de Michels; separó las corrientes, fundó escuelas, influyó en entrenadores, se peleó con el resultado, comprometió al jugador con el aficionado y dividió las opiniones en un eterno debate dominical: jugar bonito y perder cinco a cuatro o jugar feo y ganar uno a cero.
Cuando lo nombraron entrenador de la Selección Nacional, más que un director técnico, la Federación había elegido un director cultural. La decisión, tomada en un periodo de oscurantismo, sería un breve proceso de reflexión y aprendizaje que colocó la pelota y el jugador en el centro de todo.
Para entender el momento, basta mirar una fotografía de aquellos años en las instalaciones del CECAP: en cuclillas, a medio campo, descamisado, con la cabellera al viento, los brazos en movimiento y el pellejo asoleado, Menotti charla con los jugadores de su Selección sentado en un balón.
A partir de ese momento México se da cuenta que sus futbolistas, además de correosos, ágiles y resistentes, podían patentar una forma de jugar. Con un sello de referencia avalado por Menotti, el mexicano iba a convertirse en un futbol emergente, revolucionario en el panorama internacional y atractivo para el mercado de exportación.
Menotti fue el primero y quizá el único capaz de darle personalidad al futbolista, estilo a nuestro futbol y cultura futbolística al medio y al aficionado. Campeón del Mundo y uno de los auténticos Protagonistas de los Mundiales por televisión, debo agradecerle tres cosas: enseñarme a escuchar al futbol, querer bien y tratar mejor a mi hermano Juan Pablo.