El Calcio y el football fueron las únicas escuelas que consiguieron patentar un estilo reconocible, original y duradero durante una época en la que las Ligas europeas apenas permitían la contratación de extranjeros.
Sus equipos podían distinguirse a millas de distancia escuchando por la radio la lectura de sus alineaciones: Corrigan, Williams, Daley, Reid, Reeves, Buckley, y Hutchison, o Bergomi, Oriali, Altobelli, Cipollini, Mozzini, Fontanini y Giuseppe Baresi; que suenan muy distinto a los que escuchamos hoy.
Los ingleses por aire y los italianos bajo tierra documentan un importante capítulo en la historia de este juego en el que los grandes clubes jugaban como vivían.
El bravo y pundonoroso futbol inglés humedecido en campos lluviosos, profundos y lodosos, y el duro y severo Calcio italiano forjado en el marcaje cuerpo a cuerpo y en el ataque hombro con hombro, son dos piezas desaparecidas que solo pueden encontrarse en la arqueología del futbol mundial.
Para buscar signos vitales de ambos estilos o un linaje que señale su primitiva existencia en nuestros días, hay que viajar a las terceras y cuartas divisiones profesionales de la Federazione Italiana Giuoco Calcio y de la Football Association. Solo en ellas, al interior de sus condados y provincias, podemos descubrir al defensor de frente vendada, al mediocampista sin rodilla y al atacante sin dentadura que siguen batiéndose en un duelo a cabezazos, zapatazos, balonazos, barridas, pases largos, centros altos y zancadas amplias que mantienen con vida el antiguo origen de los modernistas Inter y City en los que apenas juegan un puñado de ingleses e italianos.
Aquel futbol, con más o menos táctica y estrategia, sirvió como base de grandeza para la vanguardista Premier y la renovada Serie-A que pelearán la Final de la Champions: ¿se trata de un partido entre ingleses e italianos? No, es un partido entre dos clubes universales.