País de grandes tradiciones, México ha fincado su reconocida calidez y cercanía en una palabra mágica capaz de envolvernos a todos: no es patria, es familia.
Como suave y macizo núcleo social, nuestras familias son los recovecos por donde se han filtrado en esta tierra todas esas formas de pensar, sentir y compartir lo que somos, lo que queremos y lo que tenemos.
¿Cuánto tiempo y qué circunstancias deben darse para que un país adopte una tradición? Es algo que no puede medirse: no existe una fórmula para saberlo, sin embargo, de alguna manera podemos establecer que las tradiciones se arraigan en el momento en que un núcleo de personas las vuelven suyas.
Durante las últimas cuatro décadas, México ha experimentado un fenómeno social que cada año une más familias alrededor suyo. Es difícil creer que un deporte como el futbol americano con un profundo origen estadunidense, y a pesar de su entrañable pasado universitario en las principales instituciones académicas de nuestro país, haya entrado de lleno en miles de familias mexicanas siendo parte legítima de ese núcleo que interioriza nuestro país.
La NFL a través de su producto más “ácido ribonucleico”, el Super Bowl, tuvo la sabiduría y el encanto necesarios para entrar en los hogares mexicanos: una vez ahí, ningún otro evento deportivo ha podido sacarlo del sillón, de la cocina o del cuarto de televisión donde ocupa un colchón cada vez más grande y un público más numeroso.
¿Podemos decir que este evento representativo de los poderosos atributos de consumo y entretenimiento en los Estados Unidos alcanzó un nivel cultural en México? Aún no; pero está muy cerca de lograrlo porque posee algo que muy pocos acontecimientos reúnen: precisamente, la virtud de reunir cada temporada a un mayor número de familias mexicanas.
Sin importar los equipos, el resultado o el juego, espectacular, el ganador volvió a ser el tradicional Super Bowl.