Desgarrándose las vestiduras de uno y otro lado, los políticos pretenden mantener de rehén el desarrollo de nuestro querido México. Si esta Patria nuestra ha de ser rehén, lo será solo de sus ciudadanos y nunca de los políticos.
Si la modificación de nuestra Constitución y de sus leyes secundarias ha de darse, que se decida desde las urnas y por aquellos legisladores por quienes el ciudadano sí votó y no por los plurinominales que ni en la boleta aparecieron.
Es esa “clase política” la que nos tiene en vilo por sus luchas intestinas y mezquinas que solo jalan agua para su molino sin detenerse a analizar objetivamente lo que es bueno para sus gobernados.
Y que solo quieren ostentar el poder al costo que sea y poco o nada importa esa forma despectiva de calificar al “pueblo” como una masa amorfa que, como zombis amaestrados, obedecen a ciegas a oportunistas que desde el poder juran llevarlos a una tierra prometida.
Decisiones desde los que ostentan el poder van y vienen, muchas al margen de nuestro marco legal que violan incesantemente aquellos que, al tomar posesión de sus cargos, juraron cumplir y hacer cumplir.
Si las leyes les estorban para decidir a contentillo, entonces que la modifiquen en las urnas; pero no las violen de forma tan flagrante y descarada.
México difícilmente puede avanzar hacia el progreso si no tenemos electores informados que frenen las insanas ambiciones del poder político.
Las inversiones se frenan por la natural desconfianza en gobernantes que, a capricho, quieren gobernar para sí y no para el bien común de sus ciudadanos.
¿Dónde quedó el pensamiento juarista de que dentro de la ley, todo, y al margen de la ley, nada? ¿Acaso fue suplido por aquello de que “a mí que no me vengan con que la ley es la ley?” Así no.