Los políticos han complicado mucho a la política y esa llamada clase política en realidad ha degenerado a una política sin clase, sin idea e inmoral.
Ideologías van y vienen en países con economías eternamente ubicadas en el subdesarrollo y la pobreza, y es en ellas donde se asientan más los cacicazgos pueriles de políticos que, en su inmoralidad, han castigado a sus pueblos que vieron en ellos una luz de esperanza.
América Latina parece ser el ejemplo más visible para aplicar sistemas de gobierno jalados a una dizque “izquierda progresista” que, más bien, es una izquierda retrógrada.
Los casos abundan desde Cuba, Venezuela y Bolivia, pasando por izquierdas más moderadas como Chile y Brasil que conviven con otras izquierdas que se radicalizan para, a tal grado, que buscan convertirse en los modelos ideales y van rápido hacia una izquierda destructivas como el caso de México, Argentina y Colombia, donde nada de lo hecho en el pasado es bueno y por tanto, hay que destruirlo todo para luego reconstruir a su manera y bajo su visión una nueva estructura progresista y magnánime que se le intenta vender a sus pueblos, cambiándoles oro por espejitos.
Chile es un caso al que hay que revisar, tiene ciudadanos mejor preparados para entender la política y tomar decisiones más sensatas; pero también tienen a un presidente sensible.
La filosofía del ex líder chino Deng Xiaoping fue simple y clara: “no importa de qué color sea el gato, el chiste es que cace los ratones” y cimentó las bases de una nueva China. Dos sistemas, un país.
¿De verdad al ciudadano de a pie le importa en el fondo la ideología? Solo quiere un gobierno sensible que escuche y los lleve hacia una mejor calidad de vida, sin importar su definición ideológica.
José Santana Zúñiga