Tristemente, el furor por la fiesta mundialista comienza a desinflarse. La gran expectativa de un evento que se perfilaba como un imán de recursos y visitantes se ha topado con la realidad: Nuevo León quedó ubicado como una sede de bajo interés para el turismo que acompañará a los equipos asignados.
Más allá del azar, la decisión de los organizadores de programar partidos de las selecciones de Japón, Corea del Sur, Túnez y Sudáfrica reventó el globo de la ilusión futbolera por recibir equipos de mayor impacto mediático y comercial. Surge entonces la pregunta: ¿por qué la organización internacional no otorgó a Nuevo León encuentros de mayor atractivo? ¿Qué factores se evaluaron para asignarle la sede de estos equipos? ¿Influyó la limitada garantía de transporte, con un sistema de Metro aún inconcluso? ¿O pesaron consideraciones de seguridad o de respaldo presupuestal gubernamental? Solo ellos lo saben, y difícilmente lo harán público.
Lo cierto es que la decisión ya tuvo efectos inmediatos. Las autoridades anfitrionas ajustaron a la baja los Fan Fest —los festivales de celebración fuera del estadio sede— reduciendo días y capacidad, lo que se traducirá en una menor derrama económica, incluso en la venta de boletaje para un estadio con capacidad para 53 mil espectadores.
De no ser por la presencia de una importante industria coreana en el estado, poco habría para encender el ánimo en torno a la afición asiática. Será la porra local la que, en buena medida, impulse el ambiente en esos encuentros. A estas alturas, ya debería impulsarse una estrategia de promoción en países como Japón y Sudáfrica, destacando las amenidades que Nuevo León puede ofrecer, aun con las evidentes diferencias culturales.
Se trata, al final, de no menospreciar el recibimiento ni el trato a los aficionados de las naciones visitantes. Que la decepción por las decisiones de la FIFA no se traduzca en pagar con la misma moneda.