El argentino César Aira es un escritor absolutamente impredecible, hasta el grado de llegar a creer que en un solo cuerpo caben muchísimas personalidades escriturales; bien puede remontarse al imperio romano y ejercer el rigor histórico, que mostrarse muy cercano al delirio y dar rienda suelta a un sentido del humor casi surrealista y dejar que la fantasía rija sus historias, y en medio de ello tirar de sus dotes de ensayista, cuando le viene bien a lo que está contando.
Nacido en un lugar con el singular nombre de Coronel Pringles en 1949, a la fecha ha publicado más de 100 libros (novelas, ensayo, cuento y teatro). Siempre he destacado su generosidad para aparecer incluso en editoriales cartoneras y pequeños sellos independientes, simultáneamente a su participación en editoriales de relevancia internacional. Siempre huidizo a las entrevistas, cuando las da suelta auténticas bombas mediáticas, pero sabe conservar la figura de un autor de cepa que no se deslumbra por los círculos de la fama y la pose. Ahora que ha sido galardonado con el Premio Formentor de este año no deja de tener detalles que parecen propios de su literatura; no tanto como que se dictamine en Sevilla, pero más que se entregue en Túnez. Hay celebrar el criterio del jurado, del que el escritor Juan Antonio Masoliver Ródenas fue miembro, al expresar las razones para decantarse por Aira: “la infatigable recreación del ímpetu narrativo, por la versatilidad de su inacabable relato y por la ironía lúdica de su impaciente imaginación”. Años atrás el gobierno francés lo nombró Chevalier dans l'Ordre des Arts et Lettres, lo que obstó para que el escritor siga con su vida tranquila y la costumbre de trabajar desde la mesa de un café en el Barrios de Flores, en esa ciudad mágica de Buenos Aires.
Juan Carlos Hidalgo
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