Entendamos de una vez que la victoria perpetua del lenguaje sobre la opacidad de las cosas está en el libro: curioso objeto cultural que tiene vida por medio de un lector. Los no lectores lo ven como algo que induce, de manera infinitesimal, a cambiar de valores o a obnubilar la buena conciencia puesto que los empobrece según sus usos y costumbres. Obligarlos a consumir algo de corte comunista no es bien visto por estos lares.
Por ejemplo, hay que aborrecer los libros de texto gratuitos porque nuestros derechos políticos son pisoteados. Como también nuestro derecho a educar a nuestros hijos según convenga. Olvidemos aquello de: desarrollar la armonía para que las facultades del ser humano crezcan y con ello venga el amor a la Patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia para con los demás, además de la independencia y la justicia. No. Esto no nos conviene ni convence, dicen los bibliótafos, o sea, destructores de libros.
Algunos que pasan por intelectuales afirman que, eso de los libros, hablan de su desaparición, lo vaticinó con justeza Amado Nervo cuando, a finales del siglo XIX, conoció las vistas del cinematógrafo: “Este espectáculo me ha sugerido lo que será la historia en el futuro; no más libros; (…) el cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas… Nuestros nietos verán a nuestros generales… a los intelectuales… a nuestros mártires… y a nuestras resplandecientes mujeres bajo sus copiosas cabelleras de oro… ¡Oh!, si a nosotros nos hubiese sido dado reconstruir así todas las épocas, si a merced de un aparato pudiésemos ver el inmenso desfile de los siglos como desde una estrella, asistir a la marcha formidable de los mortales a través de los tiempos…”.
Por eso ellos, los destructores de los libros de texto gratuitos, no se lavan, sino que votan por la sucia ideología con el remedo de la educación socialista. Les gusta más el pasado porque les permite extirpar el conocimiento y doblegar los avances del bienestar que transforman a la sociedad mexicana en el diario cotidiano. Añoran aquella edad de oro donde, satisfechos los señores con sus sirvientes literarios, dictaban y escribían la historia según su conveniencia: a trabajar obreros para aumentar la riqueza social y verán sus miserias…
De allí que resuene: “No más libros” pero se revierta esa declaración porque una lectura bien llevada salva de cualquier cosa, incluso de uno mismo.