Es mediodía y en el país pasan cosas espeluznantes. Pensar que mientras esto escribo alguien será abducido por unos compatriotas que ha decidido afiliarse del lado del mal. Ignoro qué es lo que lleva a una persona a cruzar de aquel lado y volverse cruel y deshumanizarse a tal grado. ¿A dónde van los desaparecidos?
Ignoro qué es más despreciable, si la indiferencia del gobierno ante este gravísimo problema -acaso el más grave que pueda enfrentar gobierno alguno- o la utilización de este problema y de las víctimas para tus fines políticos. Ambas cosas son execrables.
Pero la atención mediática anda en otra cosa, son otros los asuntos que quitan el sueño de nuestra comentocracia. Ellos creen que vivimos embelesados con la clase política. Como nunca antes, el proceso electoral se adelantó más de un año y como una maldición, en lo sucesivo así será. Nos convertiremos en un país electorero, aunque lejos de la democracia. Cada año se realiza, en este país, la elección más grande de todos los tiempos.
La derecha ya tiene su candidata quien, desde el senado, seguirá haciendo campaña, lo cual significa que seguirá tratando de convencer que ella es una señora común y corriente cuyo éxito, es decir fortuna, se debe sólo al esfuerzo y no a su paso por el gobierno. Sí chucha. Del otro lado, la embarcación rechina y amenaza con romperse. En unos minutos declarará a Claudia Sheinbaum como la ganadora de un abigarrado método que ellos llaman encuesta, pero que se parece más a una tómbola. Mis escasas luces no me alcanzan para entender el extraño ejercicio demoscópico que incluye camiones blindados y rudos policías. Qué desconfiados.
El señor Marcelo no está muy contento y eso me lleva a pensar que sabe muy bien cuál será el resultado que darán a conocer en unos minutos. Aunque vivimos en el país que inventó la caída del sistema y del “haiga sido como haiga sido”.
El enigma ahora será lo que hará Marcelo, aún puede aplicar la “Monrealiña”, es decir, hacer un buen berrinche, amenazar con largarse sin decir a dónde y después recular cuando le entreguen una posición en la que pueda aplicar todo su talento para el beneficio de los mexicanos (esto es una ironía, por supuesto). También puede irse con su amigo Dante o, incluso, con las desdibujadas huestes de la derecha, quizá ahí le dejen cargarle el portafolio a uno de los chuchos. Ese sería un final bastante triste para el mejor canciller que hemos tenido en varias décadas.