Hace un poco más década unos chavorrucos británicos tenían un programita de crítica automovilística llamado Top Gear, en la BBC, en el que lanzaban comentarios con algo parecido al resentimiento y que ellos creían era sentido del humor. Así de despistados suelen ser los chavorrucos. En uno de esos comentarios, cargados de un no muy velado racismo, se les ocurrió -entre otras linduras- definir la comida mexicana como “vómito espolvoreado con queso rallado”, cito de memoria. Fue un escándalo internacional. A punto estuvimos de mandar una avanzada de mexicanos a colonizar las islas Malvinas, para después restituirlas a los argentinos. El entonces embajador, Eduardo Medina Mora, mandó una carta a la televisora reclamando por los comentarios vertidos en el citado programa. La BBC pidió las más sentidas disculpas y reconvino a sus muchachos, que a los pocos días pidieron una mustia disculpa. Al final, todos contentos.
Me acordé de ese sainete ahora que hay una multitud formada en la azotea del Castillo de Chapultepec, dispuesta a saltar al vacío, envuelta en una tortilla de maíz azul. Porque nadie va a despreciar nuestra comida, como aseguran que hizo un trío de jovencitos norteamericanos, con sangre mexicana en sus venas, así lo delatan sus rasgos mestizos. No los he oído cantar y no pienso hacerlo, pero no deben hacerlo tan mal pues han conseguido cierta celebridad. Lo que tuvieron fue un desencuentro que les ha salido demasiado caro, sobre todo porque no son británicos, sino hijos de paisanos nuestros y a esos no podemos perdonarlos. A diferencia de los decadentes británicos del programa que aludí antes, en los comentarios de los pochitos, a los que sólo les gusta el chicken, no había racismo, no había xenofobia, ni desprecio, ni nada parecido, sólo un poco de candor e inocencia. Hablaban con honestidad y los suyos, es decir, nosotros, les cobramos demasiado cara su inocencia. Alguien debió advertirles sobre la jauría y no lo hizo. Ahora proliferan en las redes el escarnio, el odio, el desprecio por el otro en forma de un dizque humor ramplón y cargado, ese sí, de xenofobia.
No todo lo que se degusta en estas maltratadas tierras constituye una delicia. Hay platillos nuestros que no son fáciles de asimilar a la primera y, en ocasiones, ni siquiera a la segunda, ni a la tercera. Yo intenté llevarme bien con el tepache y con el neutle y nunca pude hacerlos mis amigos y no me pesa, porque me ha ido muy bien con las aguas frescas. Mis dos hijos son tan mexicanos como cualquiera y no comen picante, salvo en su presentación guacamolera o dentro de esas botellas de vidrio que tienen impreso el mapa de Jalisco. Yo nunca los he reconvenido, ni aleccionado, pero sí les recomendaré que se anden con cuidado al momento de externar sus gustos; porque, entre los fundamentalistas, los nazis de la comida parecen ser bastante peligrosos.