“Declino, luego, existo”. Ese parece ser el emblema de la política opositora en nuestro país y, en este caso, decir política es ser generoso en demasía. No podemos llamar política a esa grotesca pantomima de verdugos y declinantes. A los que participan en la cosa electoral en ocasiones se les llama “actores”, pero a estos malos histriones esa etiqueta les viene bastante guanga. En todo caso son extras, esas personas que se alquilan para hacer bola en las escenas en las que se requiere que aparezca una multitud. Uno de esos improvisados actores incluso tomó un curso intensivo de actuación y aprendió a gobernar sus lagrimales, quizá sea eso lo único que gobernará en su gris existencia; se puso a berrear y a llorar porque el presidente soltó eso que ahora llaman “un spoiler”, es decir, les arruinó la sorpresa que tenían guardada. El anglicismo alude a eso, al acto de arruinar, de echar a perder el suspenso que subyace en toda trama.
Uno a uno los aspirantes fueron abriéndose, se hicieron a un lado, algunos refunfuñando pero obedecieron la señal cuando esta apareció. Supongo que si no se bajaban, los obligarían a bajarse de algún modo. Frente a este espectáculo deplorable no hay teoría política que valga. Es la extorsión en estado puro, aquí no hay estrategia, no hay acuerdos, sólo el rígido dictado de una cúpula. ¿Son estos los que llaman dictador al Presidente?
Cada uno de estos “actores” es pesado en una báscula -como se hace con el ganado- y alguien desde la oscuridad, agazapado, establece el precio. El declinante puede estar o no de acuerdo, pero una vez establecido el monto, debe acatarlo porque así lo dicen las reglas y él o ella las aceptó desde que decidió participar en la comedia. Supongo que primero se deshicieron de los que importaban menos: los más baratos. Esas cabezas se pagaron con morralla. Luego se ocuparon de los que podrían eventualmente convertirse en un problema que obstaculizara el movimiento de la bien aceitada maquinaria. Es obvio que mientras más dilatada sea una renuncia, mayor será el monto que el declinante reciba por su generoso acto de autoinmolación. En el mercado de la política el precio del sacrificado se establece a partir de su popularidad y de la pulcritud de su pasado. En la guerra de lodo que se avecina, será de especial relevancia el contar con pocos cadáveres en el clóset. Como lo vaticinó el presidente, quienes mueven los hilos agazapados asumen que la señora Gálvez es la mejor calificada. Aunque yo no me fiaría ni de su pasado, ni del supuesto atractivo del personaje que se han empecinado en construir. Mientras esto escribo, el impresentable presidente del revolucionario institucional sacó la guillotina y despachó a su precandidata in absentia, no sabemos aún a cambio de qué. En este escenario en el que los escrúpulos son para los pusilánimes, el señor “Alito” hace muy mal en creer que Beatriz Paredes entrará sonriendo en el declinódromo sólo porque a él le conviene. Aunque tampoco creo que doña Beatriz tenga demasiadas razones para persistir en su mutismo.