Amiga, amigo, si usted tiene planes de incursionar en la política o desea aferrarse a ella, como un cachorrillo a la ubre generosa, no lo piense más y sin ambages, conviértase en izquierdista, es lo que ahora entrega dividendos en este negocio de la grilla.
Yo sé muy bien lo que le digo, amiga, amigo: en estos días aciagos, ya no basta con la hipócrita mesura del desdibujado centro. Si bien hubo una época dorada en la que estas etiquetas bastaban para brillar en la política, años luminosos en los que bastaba con correrse al centro, sin importar que fuera usted de izquierda o de derecha. En esa época gloriosa los moderados eran buenos comodines, como esas prendas elásticas que pueden ajustarse a cualquier cuerpo que las utilice y luego las deseche. Sin embargo, en estos tiempos de radicalismo, ser buena ondita ya no renta. Esa tierra de nadie donde se daban cita los tibios de uno y otro bando ya no existe, sólo fue una más de las utopías, esas que armamos para soñar que mejores mundos son posibles.
Volviendo a nuestro tema, debo decirle que al primero que debe convencer de su izquierdismo es al propio espejo. Por lo tanto, usted ahora debe actuar de manera distinta. No es necesario que se ponga una boina oscura, ni que se vista con las camisas típicas que gastan algunos diputados, famosos por su enjundia; por cierto, dichos atuendos cuestan un dineral. Bastará con que se muestre, frente al citado espejo, un poco preocupado por los problemas de su país y, en particular, por los que antes usted (seguramente sin ánimo de ofender) llamaba “jodidos”. Recuerde que ya no puede llamarlos así y tampoco puede seguir afirmando aquello de que son así porque así les gusta ser. A partir de ahora, grábeselo bien, usted dejará de afirmar que ser pobre es una elección.
Una vez que retire de su repertorio las palabras que antes usaba para referirse a ellos, deberá llamarlos: los desposeídos, los más desfavorecidos, personas de escasos recursos y –la mejor de todas–: los que menos tienen. No abuse de esta última y reserve su uso para mítines y entrevistas banqueteras.
Nada hay más conmovedor entre el vulgo, perdón, entre los desposeídos, que un político que se da unos buenos baños de pueblo. Súbase al metro, pero antes pida a uno de sus asesores que investigue, porque seguramente él tampoco sabe, cómo se usa ese medio de transporte, no vaya a ser que sufra usted algún percance.
No es necesario que coma la comida que los pobres comen, pero de vez en cuando hínquele el diente a unas garnachas, en la casa de una familia de desposeídos, tómese hartas selfies, pero cuídese de que sus humildes anfitriones no pongan cara de rehenes.
Si algún insidioso, de esos que nunca faltan, le pregunta por su siniestro pasado, no les diga que usted siempre ha sido de izquierda, porque lo tildarán de mentiroso, mejor ponga una mueca de éxtasis y diga que lo que pasó en el 2018, lo cambió a usted para siempre y luego suelte, emocionado y contundente, aquello de que primero están los pobres. No falla.