Tengo una fuerte tendencia a buscar y leer testimonios y auto biografías, tantas como puedo. El magistral Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) escribió, hace tiempo, un libro que lleva el nombre de “A salto de mata / Crónica de un fracaso precoz” (Seix Barral, 2012) en el que narra sus primeras experiencias al adentrarse al duro mundo del oficio de escritor. Lo releí ahora y creo que nadie podría refutarle lo que ahí expone.
Suscribo: nadie que conozca el medio.
He pensado siempre porqué los escritores terminan en la desgracia. Los habrá, excepcionalmente, sin agobios ni problemas. Los habrá, en todos los sistemas del mundo, recibiendo prebendas y distinciones. Allá ellos pero aquí el asunto se torna ético: si el fin de la literatura es correr los velos para (buena labor de la ficción y la fantasía) descubrir lo que esconde la infamia, ¿cómo se puede ingresar a un sistema que se debería enjuiciar? Es un asunto irresoluble.
Lo que es cierto es que los lectores y el público se convierten en los críticos más feroces e imponen la marca, el fuego.
Tiene que ver lo anterior con otro asunto: ¿en qué momento se hizo “improductiva” la tarea de un escritor?
Cuando conocí la tragedia que envolvía a los poetas marginados y asesinados por el franquismo, entendí también lo que es mantenerse en una postura marginal y crítica. García Lorca. Antonio Machado y Miguel Hernández supieron de aquello que los adolescentes de los setenta conocimos como “conciencia de clase”.
Escribí “improductiva” y me cuidé de entrecomillarlo. La verdad es que el tiempo no se detiene y pone las cosas en su justo sitio.
Paul Auster lo explica de otro modo: nadie se gana la vida escribiendo porque no se elige el serlo como se elige ser psicólogo o policía. No se escoge: se es escogido.
En síntesis en esa crónica de un fracaso precoz, quien habría de convertirse en uno de los más importantes escritores de los Estados Unidos, confiesa que el llegar a los treinta se vio agobiado por un matrimonio fracasado y por falta de recursos económicos pero que los escritores (nada criticable) debían pagar las facturas trabajando en tareas muy ajenas a la escritura. Hay que prepararse para recorrer un largo camino --dice-- a menos que se resulte ser un elegido de los dioses “(y pobre de quien cuente con ello)” porque escribiendo no se gana la vida.
Son pocos los escogidos, muy pocos. La mayoría vive de trabajos alternos: publicidad, periodismo, docencia, etcétera.
Y los críticos de los sistemas terminan en el exilio o lo pagan con su vida. Sí: he retomado el pensamiento de Paul Auster y bien pudiera haber firmado este texto en 1974. No lo sé pero las cosas no han variado para mucho.
@coleoptero55