Alfred de Vigny, en su gran obra Servidumbre y grandeza militar, afirmó que “el ejército es una nación en la Nación”. A pesar de que la obra la escribió en 1835, esa realidad irrebatible sigue vigente en nuestros días para todos los ejércitos del mundo.
He sostenido en este espacio que los soldados de tierra, mar y aire de este país no necesitan que nadie los defienda. Ellos son los que defienden a la nación y a pesar de ello, cuando alguien en la Institución olvida el valor del ¡Honor!, será castigado, señalado y reconocido como un traidor.
Soy hijo y nieto de soldados. El ejército de mi abuelo, el de mi padre y el actual son exactamente el mismo; se rige bajo los mismos valores y quienes lo integran, no importando si son tropas, oficiales, jefes o generales, pertenecen a él, por las mismas razones que tuvieron quienes lo crearon, impulsaron y fortalecieron durante más de un siglo.
Lo que cambia para las fuerzas armadas es el proyecto de nación, que los civiles determinan para conducir al país y en este siglo 21 ha cambiado, política y socialmente, cuatro veces, y está a semanas de comenzar uno nuevo, bajo el mando de la Primera Comandante de las Fuerzas Armadas.
A partir del 1 de octubre, la obediencia, la lealtad y el honor las tendrá la próxima Presidenta de México.
Toda institución militar tiene superiores jerárquicos, lo que de entrada no los convierte en “élites”. Esos superiores no son solamente generales o almirantes, los hay en todos los escalones organizacionales que tiene cualquier ejército y de ahí viene la columna vertebral de la disciplina, del orden, de la obediencia… de la “servidumbre y grandeza militar”.
Quien asegure que solamente en la superioridad militar hay privilegios, simplemente no conoce a las fuerzas armadas. Desde el soldado o el marino hasta el general o el almirante los tienen; no hay una institución más organizada que la militar y, por ello, no hay que confundir privilegios con lo que cada integrante jura y se compromete, cuando ingresa al Ejército, la Armada o la Fuerza Aérea.
Todos, todos quienes integran el instituto armado tienen una razón de ser y de hacer para el mismo, y en ello está el privilegio. No cualquiera puede ser soldado o marino; sin embargo, pertenecer a las fuerzas armadas, de entrada es un privilegio, que por fuerza y sacrificio conlleva servidumbre y grandeza.
Todos los países necesitan indiscutiblemente de sus fuerzas armadas y México es el mejor ejemplo de ello. Se necesitan para dar marcha, rumbo y consecuencia; se necesita a la institución. Se necesita a las mujeres y hombres que la integran, se necesita de su lealtad y de su honor, que surgen de la obediencia que encuentran en la disciplina, que se produce por la convicción de pertenecer.
Si lo anterior es ramplón, entonces la fortaleza que le dan al país es producto de que por otras razones están ahí, puede ser porque otros no quisieron o no pudieron estar, también puede ser porque como muchos soldados en el mundo, esa era la mejor o única opción.
Lo que sale de cualquier época es que una vez que son soldados o marinos, se sacrifican por su país.
Lo que el soldado o el marino hacen por México, muy pocos están dispuestos a hacerlo.