Reformas democráticas

  • Columna de Juan María Naveja Diebold
  • Juan María Naveja Diebold

Ciudad de México /

En mi entrega pasada mencioné tangencialmente como Andrés Manuel López Obrador ¡Viva Andrés Manuel I! ¡Viva! Puede ser al mismo tiempo el presidente más popular de la historia de México en base a sus resultados electorales y encuestas y el más odiado, considerando que probablemente más de una tercera parte de la población, la cual tiene el poder económico y credenciales intelectuales, lo repudia más intensamente que a cualquier otro mandatario.

Esos son hechos. López Obrador es inmensamente popular y vehementemente odiado a la vez. Independientemente de qué pienses de AMLO, la respuesta divisoria que ocasiona en la población no es un resultado democrático deseable y el sistema electoral parece estar diseñado para arrojar líderes cada vez más divisivos.

La problemática que más compartimos los electores es que no nos gusta ninguna de las opciones. No podemos responder en la boleta, “favor de presentarme a otro candidato”. En efecto, las dinámicas electorales contemporáneas arrojan ganadores indeseables en parte por la necesidad de establecer un proceso práctico de elección. Por ejemplo, mientras para las posiciones ejecutivas, como alcalde, gobernador o presidente, el electorado llega a formarse una opinión de los candidatos más allá de sus partidos, los electores escogen legisladores porque identifican una ideología supuesta del partido al que pertenecen. Nadie tiene el tiempo o los recursos de ejercer un voto informado en todas y cada una de las elecciones.

Un problema que inusualmente no presentó la elección presidencial pasada es la de resultar con un ganador que no tiene ni la mitad del voto, el actual presidente marginalmente obtuvo un poco más de la mitad, pero por lo general los mandatarios en México se eligen con entre 35 y 45% del voto. La solución de otros países es la segunda vuelta a la que solo avanzan los dos candidatos que tienen más votos hasta que resulte un ganador con una mayoría clara.

Otra problemática es cuando hay un candidato popular polarizador en medio de un grupo de similares, ese ha sido el caso reciente en varios países de Latinoamérica y Europa, incluyendo México. Imagínense que de la misma manera que pueden usar su sufragio para apoyar a un candidato, pudieran usarlo solamente para decir cuál no. En lugar de votar por uno, usar su voto para restarle uno al candidato que quieren evitar. El resultado sería descalificar a los candidatos más odiados y acabar con opciones menos populares en términos absolutos, pero también menos controversiales.

Otra opción es introducir la posibilidad de fraccionar el voto. Si uno está entre dos o más candidatos, poder dividir el voto a su gusto entre los mismos. El resultado de esto sería más incierto, pero lo lógico es que acabaría un electorado más satisfecho.

Por último, el tema del momento en México es la reelección y México no es un país en el que deba existir la extensión de mandatos. Simplemente nos gusta demasiado el poder y todos traemos la capa de súper héroe a la mano con el supuesto que solo nosotros podemos resolver los problemas de los demás.

Por: Juan María Naveja Diebold


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