Desmintiendo refranes

  • La vida inútil
  • Juan Miguel Portillo

Ciudad de México /

Hay una infinidad de refranes que enriquecen nuestro hablar y lo llenan de metáforas útiles para comunicar mejor nuestras ideas. Pero hay algunos en los que no estoy completamente de acuerdo, o que simplemente vale la pena examinar y comentar.

Me permitiré, pues, reflexionar sobre algunos proverbios ampliamente conocidos.

Los niños y los borrachos dicen siempre la verdad.

Este refrán es una falacia de gran tamaño. Si los niños dijeran siempre la verdad, la tasa de regaños, jalones de orejas y castigos, sería mucho menor. Todos sabemos que a los niños, con todo lo lindos y encantadores que pueden llegar a ser, se les da el arte de mentir con gran maestría. Cuando un niño se come un frasco completo de mermelada a cucharadas y su mamá pregunta quién es el responsable, el escuincle, haciendo gala de ingenio, puede dar la explicación más inverosímil en la cual el perro resulta ser el culpable. Lo más sorprendente es que a veces no hay perro en casa. Y qué decir de los borrachos. Conozco a más de uno que, tras bárbara papalina con sus amigos, y que al regresar a su casa a las 6 de la mañana, se ve en la necesidad de esgrimir la excusa de que la junta de trabajo de la oficina se extendió toda la noche y que el tufo a brandy que despide es en realidad el olor de la loción china del jefe, de quien se despidió en fraterno abrazo. Cuando la furibunda esposa le cuestiona la mancha de labial en la solapa del saco, él vuelve a culpar al jefe que acaba de salir del clóset.

Al que madruga Dios lo ayuda.

Incorrecto, cuando menos para el viejo Celedonio Machuca, devoto irredento, quien acudía todos los días a misa de 6 de la mañana a la parroquia de San Crispin, allá en el viejo Cajeme, Sonora. Aseguraba que le gustaba ir a esa hora porque Dios veía con buenos ojos a los que se levantaban temprano para cumplir con sus obligaciones de fe. El que no veía con buenos ojos, mucho menos sin sus gafas, era el cura que aquella mañana, al terminar la misa, salió sin ellas, como alma que lleva el diablo, en su Chevrolet Bel Air 55, no vio a Celedonio cruzar la calle y lo aventó cinco metros hasta la banqueta de enfrente. En ese acontecimiento quedaron al descubierto dos cosas: que Dios no siempre ayuda al que madruga, por fervoroso que sea, y que el señor cura tenía movida con la catequista, que iba en el Chevrolet, en el momento del accidente, muy agachada en su asiento junto al ministro del Señor.

Camarón que se duerme se lo lleva la corriente.

Este proverbio ha despertado en algunos curiosos la interrogante de si los camarones duermen o no. Según he leído en algunas revistas científicas de prestigio, la respuesta es afirmativa, pero caben algunas precisiones. El camarón que más peligro corre es aquel que, en lugar de ir a dormir a su casa, se queda dormido en estado inconveniente después de haber asistido a un coctel -de camarones, claro está- hasta bien entrada la madrugada. En este caso, el peligro no es de que se lo lleve la corriente, sino de que se lo lleven los japoneses para meterlo en un sushi. Esto me hizo recordar el caso de don Teleférico Pimienta, parrandero contumaz, que por andar de juerga, también se lo llevó la corriente y lo dejó sin un cinco una noche etílica y desenfrenada. Me refiero a la corriente de doña Pifias, afanadora de la cantina que no dejaba títere con cabeza. Ni con billetera.

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.

A cierta edad en que los achaques empiezan a dejarse sentir en nuestro cuerpo, este proverbio sonaría mejor si rezara: nadie sabe lo que tiene hasta que va al doctor.

Las penas con pan son menos.

Las penas del mexicano son añejas y persistentes. Nuestros problemas económicos, la corrupción, la inseguridad, el narco, la selección mexicana, y otros males, no han sido menos ni con pan ni con pri.

@jmportillo

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