En términos generales, 2025 fue un año mejor a lo esperado, que puede resumirse claramente a través de indicadores que muestran luces y sombras en el desempeño económico global y local.
Lo bueno
Uno de los principales aspectos positivos fue un crecimiento global superior a lo pronosticado. La economía mundial mostró una resiliencia mayor frente a la desaceleración, sobre todo si se consideran los múltiples riesgos que enfrentó a lo largo del año. En este sentido, un elemento clave fue que la mayoría de las amenazas arancelarias por parte del gobierno de Estados Unidos no se materializaron.
No obstante, la incertidumbre generada por estas amenazas sí tuvo un impacto negativo en el crecimiento global, al frenar decisiones de inversión y comercio. Aun así, el resultado final fue menos adverso de lo que se anticipaba a principios de año.
La política monetaria, en términos generales, también jugó a favor. Con la excepción de algunos países —como Brasil—, la mayoría de los bancos centrales optaron por relajar su postura monetaria, creando un entorno más favorable para el desarrollo de los negocios y el uso de un apalancamiento más barato.
El desempeño de los mercados financieros fue otro punto positivo. La inversión en mercados bursátiles superó ampliamente los rendimientos de los instrumentos de deuda, beneficiando a quienes asumieron mayor riesgo. Asimismo, la estabilidad cambiaria frente al dólar fue favorable, aunque —como veremos— no estuvo exenta de efectos secundarios.
Lo malo
Del lado negativo, la incertidumbre asociada al regreso de Donald Trump tuvo un costo económico claro. A esto se sumó el cierre del gobierno en Estados Unidos, el más largo en su historia, con impactos negativos tanto a escala interna como global.
La apreciación excesiva de muchas monedas frente al dólar también afectó a varios países exportadores, encareciendo sus productos en el exterior y abaratando las importaciones, lo que resta competitividad a la producción local.
En el caso de México el balance es más preocupante. La expectativa de crecimiento se deterioró de forma significativa: cerraremos el año con un avance de apenas 0.3 o 0.5 por ciento en el mejor de los casos, cuando la previsión inicial superaba 1 por ciento.
Pesó de manera importante la prácticamente nula inversión en infraestructura, así como el hecho de que la inversión extranjera directa se concentre en reinversiones de empresas ya establecidas, sin una llegada relevante de nuevos proyectos. A esto se suma el deterioro de las finanzas públicas, con un nivel de deuda respecto al PIB que continúa aumentando.
Siendo esta la última columna del año, aprovecho para desearles un gran 2026, lleno de salud, estabilidad y buenos momentos.