Leo en El Espectador colombiano un perfil significativamente titulado “Eufrosina Cruz cambió la historia de las mujeres mexicanas”. Digo significativamente porque la perfilada, en México, ha sido una figura incómoda. Se reconoce, pero muy a la callada, su papel central en un cambio de las leyes: que, constitucionalmente, las mujeres puedan ser elegidas para cualquier cargo. Lo de “la callada” tiene que ver con que propició un cambio tan importante, que en principio ningún progresista cuestionaría, cuando puso en duda otro mantra del progresismo, que es la conveniencia de eso que se conoce como “usos y costumbres”. La contadora Cruz se lanzó definitivamente al activismo y la política cuando en su pueblo, en Oaxaca, la Asamblea le negó el derecho a ser alcaldesa justamente por ser mujer, con todo y que se había ganado el derecho a punta de votos. Antes, se había rehusado a casarse a los 12 o 13 años, a no estudiar, a una vida trabajar en casa, o sea, la vida de todas las mujeres que la antecedieron. En otras palabras, Eufrosina Cruz es incómoda al progresismo, paradójicamente, porque cuestiona el valor de la tradición, una palabra que es un cheque en blanco porque supone la bondad intrínseca del pueblo, su infalibilidad.
¿Por qué cheque en blanco?
El pueblo sí se equivoca. Ese es uno de los motores digamos filosóficos de la democracia, un invento raro que parece nacer del optimismo sobre el género humano y que por el contrario nace del cinismo, la enfermedad que consiste en ver las cosas como son, no como deberían ser (Ambose Bierce). El pueblo lincha por un rumor o condena a una mujer a la cocina. Pero no es que sea malo: es que es capaz de lo malo, lo bueno y lo gris. Lo que pasa es que llamar bueno al pueblo significa convertirte en el intérprete del bien y el mal, en la voz autorizada. La democracia es lo contrario: asumir que la ciudadanía tiene derecho a tomar sus decisiones, pero que esas decisiones pueden ser malas y que el mejor régimen es el que pone contrapesos. Es asumir, pues, que somos complejos, volátiles, contradictorios, y por tanto potencialmente peligrosos.
Lean sino a quienes sufrieron el fascismo. A Primo Levi, por ejemplo, ese sobreviviente de Auschwitz que recordó alguna vez que el nazismo no era alemán: que está incrustado en la humanidad, y que florece porque hay condiciones para que florezca. Los quemados vivos en Puebla o, por el lado luminoso, la trayectoria de Eufrosina nos lo recuerdan: en México hay condiciones para que florezca. Y es un buen momento para recordarlo.
El pueblo sí se equivoca
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Julio Patán
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