Ernesto Cardenal acaba de ser notificado por un juez de que finalmente no va a tener que pagar los 800 mil dólares que le demandaba una antigua socia por un terreno. A sus 92 años, el poeta y sacerdote habrá vuelto a respirar. Falta ver por cuánto tiempo. Y es que el verdadero origen de la demanda es el mismo de tantos amedrentamientos semilegales, amenazas más o menos veladas, arrinconamientos laborales o actos de repudio en Nicaragua, contra Cardenal y contra cualquier voz mínimamente crítica. El origen es el gobierno de Daniel Ortega, que gobierna con cada vez más propensiones autocráticas.
Lo de Ortega es de escándalo. A fines del año pasado ganó las elecciones por cuarta vez y tercera consecutiva, luego de que el poder judicial, controlado por él, anulara al partido opositor más sólido. De compañera de fórmula estuvo Rosario Murillo, hoy vicepresidenta. Su esposa. Y es que Ortega y su tribu han hecho de Nicaragua una especie de rancho de propiedad personal. A su hijo mayor, Rafael, lo puso a cargo de la empresa encargada de comprar el petróleo venezolano. A otro hijo, Laureano, lo puso a la cabeza de las negociaciones con China para construir el escandaloso Canal de Nicaragua. Maurice, Daniel Edmundo y Carlos Enrique tienen en sus manos tres canales de TV privados y uno público, Juan Carlos uno más, y dos de sus hijas trabajan como asesoras presidenciales.
Esta manera de entender la política como la administración de una enorme parcela privada, el país, empata por supuesto con el silenciamiento de la disidencia por sistema. Ese el peso que carga Cardenal sobre sus hombros: el peso del autoritarismo, del Estado todopoderoso que aplasta sin piedad a los individuos, al que irónicamente en su momento Cardenal mismo promovió con entusiasmo, en varias de sus manifestaciones. El arrinconamiento que sufre Cardenal es desde luego inadmisible, y se extiende a otros veteranos de la lucha antisomocista, como el también escritor Sergio Ramírez. Pero Cardenal, famosamente reprendido en público por Juan Pablo II por su anclaje en la teología de la liberación, fue colaborador del sandinismo en la revolución e incluso ministro de Cultura con el primer gobierno de Ortega, no ocultó sus simpatías por Fidel Castro y piropeó sin pudores a Hugo Chávez cuando le dieron el premio Pablo Neruda.
Contribuyó pues, a dar legitimidad a más de un autoritarismo en este continente. Ojalá, de verdad, que dejen de perseguirlo esos monstruos a los que rindió tributo. m