Leo con admiración Volar en círculos (Planeta), las esperadas memorias de John Le Carré, y pienso con cierta nostalgia en lo mucho que ha cambiado la narrativa de espías en los últimos años.
Inusualmente, porque el escepticismo no suele ser una buena herramienta de ventas, el autor de El espía que surgió del frío se convirtió en un fenómeno editorial a fuerza de retratar un mundo del espionaje inescrupuloso, errático, a menudo burocratizado y cruel, es decir, un mundo en las antípodas de James Bond, ese espía que por décadas fue graciosamente cogelón, eficaz y glamoroso.
Y es que ni Bond es lo que era. Ya comenté que en su última versión, la de Daniel Craig, se ha visto arrastrado por sus demonios interiores hasta volverse un hombre sombrío y descarnadamente violento, según el rato en que lo agarres. Este cambio, inevitable, le ha dado profundidad a una saga que ya no podía permitirse la deliciosa picardía de sus viejos tiempos, agotada como recurso, y emparienta la historia del 007 con otras buenas y hasta brillantes como la de la espía bipolar que interpreta Claire Danes en Homeland, con la mancuerna de infiltrados soviéticos de The Americans y desde luego con los atormentados agentes de Le Carré, de quien sospecho que es muy importante en esta transformación del género y cuyas historias tienen sin embargo con frecuencia un atributo rarísimo en las otras: la ineficacia, que no excluye necesariamente la perfidia. Una ineficacia malora, pues, que se dejaba ver en sus novelas desde El espía..., que se extiende a todas sus obras fuertes o casi, desde El topo hasta El jardinero fiel o El sastre de Panamá, y que se explica con claridad en estas memorias.
Iniciado en el espionaje en sus días universitarios, Le Carré, como Bond, es un producto de la Guerra Fría, pero un producto real. Con el tiempo, fichó por el MI6 y practicó el espionaje en Alemania, cuando el planeta vivía bajo la amenaza soviética. ¿Nos lo cuenta todo en Volar en círculos? Ni de broma. Pero lo que cuenta es una desazonadora exquisitez: andanzas de agentes dobles, crónicas de cómo los gringos reciclaron espías nazis y referencias implacables a cómo los servicios británicos, brillantes en la Segunda Guerra, hicieron un papel bochornoso frente a los soviéticos en la Guerra Fría.
Una joya de libro, propio de un autor de muy altos vuelos, al que sin embargo hay que reclamarle que nos quitó la inocencia. Nostalgia, ya les digo: eso queda, también, al leer a este Le Carré, el espía indiscreto.