Llegó a ser la startup más valiosa de Estados Unidos. En la cima de su éxito alcanzó una valuación de 47 mil millones de dólares, muy por encima de lo que se requiere para ser considerado un unicornio (término que se usa en la comunidad financiera para las empresas privadas que logran una valuación de más de mil millones de dólares). El lunes, WeWork se declaró en quiebra.
¿Qué lecciones podemos sacar de la historia de esta empresa de bienes raíces que en algún momento ostentó la grandiosa misión de “elevar la consciencia del mundo”? La más relevante puede parecer una obviedad, pero muchas veces se nos olvida: las cosas cambian y ninguna compañía, por más poderosa que parezca, tiene garantizado su futuro. Las amenazas son continúas y pueden venir de adentro y de afuera. En el caso de WeWork, fue una combinación, con un mayor peso en los errores internos.
Pese a que WeWork se vendía como una empresa tecnológica, su modelo de negocios es bastante convencional, plagado de riesgos. Le renta espacios de oficinas a terceros a largo plazo (no son dueños de los inmuebles) para después remodelarlos, subdividirlos y subarrendarlos a pequeños inquilinos a corto plazo. En otras palabras, busca ganar dinero mediante un arbitraje. La razón por la que logró convencer a inversionistas sofisticados como Softbank de meter miles de millones de dólares a valuaciones estratosféricas fue gracias al poder de persuasión de su carismático fundador, Adam Neumann.
No tengo nada en contra de que emprendedores tengan grandes aspiraciones (al contrario), el problema con WeWork fue que los fundamentales del negocio no las justificaban. En su afán de crecer a un ritmo acelerado y así justificar su alta valuación, la empresa arrendó muchísimo espacio en oficinas de terceros a precios muy elevados y nunca generó suficientes ingresos de rentas a corto plazo de sus clientes para compensar sus gastos. Desde que nació en 2010 ha perdido dinero y en los últimos seis años ha acumulado pérdidas por la friolera de 15 mil millones de dólares.
Del lado externo, la principal fuerza que jugó contra WeWork se originó en la pandemia. El trabajo a distancia ha mermado la ocupación de oficinas. Asimismo, la corrección el año pasado en las valuaciones de empresas tecnológicas y, en particular, de startups (uno de sus principales clientes) provocó que redujeran su presupuesto para rentas de oficinas. El aumento en las tasas de interés también le afectó al encarecer su abultada deuda.
A pesar de que se declaró en quiebra, WeWork no desaparecerá. Sus unidades de negocios fuera de Estados Unidos y Canadá (incluida la mexicana) no sufrirán cambios (no entraron en quiebra). Dentro de su proceso de reestructura podrá zafarse de sus onerosos arrendamientos de largo plazo y renegociar mejores términos. No es imposible que WeWork salga fortalecido de la quiebra, pero que no se nos olvide que todas las empresas, incluso los unicornios, siempre corren el peligro de fracasar.