Después de décadas de neutralidad en el escenario internacional, Suecia y Finlandia acaban de anunciar su intención de ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Un nuevo paso en la escalada belicista liderada por Estados Unidos, que tan pronto invade Irak con la excusa de unas inexistentes armas de destrucción masiva, como despliega, vía OTAN, escudos antimisiles en Rumania y Polonia. Imperialismo estadounidense que tan pronto destroza social, política y económicamente Libia, como alienta “revoluciones naranjas” impulsadas por la CIA para desestabilizar a las ex repúblicas soviéticas, como es el caso de Ucrania.
La guerra que libran la OTAN y Rusia en el teatro de operaciones ucraniano se ha cobrado una importante víctima política, más relevante de lo que parece: la claudicación de la socialdemocracia europea (sea finlandesa, sueca o española) a los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
Quien mejor ha definido lo que está sucediendo en estos momentos es Zhang Jun, Embajador de China ante las Naciones Unidas: La continua expansión de la OTAN hacia el este desde la Guerra Fría no sólo no ha hecho más segura a Europa, sino que ha sembrado la semilla del conflicto.
Esa expansión está siendo alentada además por el complejo industrial-militar que gobierna Estados Unidos, cuyas compañías representan el 54% del total de la industria armamentística global, y que en un momento de recesión global, necesitan acelerar el ritmo de producción para mantenerse a flote en la crisis que viene, provocada por la restricción de la demanda global de importaciones y una inflación que se va a ir creciendo (en Estados Unidos y América Latina) al mismo tiempo que se continúan elevando los tipos de interés con el fin de evitar que alcance los dos dígitos.
Ya el Fondo Monetario Internacional (FMI) que en octubre del año pasado pronosticaba para 2022 un crecimiento de la economía mundial del 4.9% rebajó en enero su estimación a 4.4%, estimación ajustada el pasado mes de abril al 3.6%.
La supuesto guerra militar se transforma por tanto en una guerra económica que va de la mano de una guerra mediática cuyo último capítulo es la “victoria” de Ucrania en el Festival de Eurovisión, festival donde participa el estado sionista de Israel, que continúa cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino mientras Europa mira para otro lado y da sus votos a Ucrania, cuyos ciudadanos festejan el “triunfo” con simbología nazi.
Y el auge del fascismo, en Ucrania y Europa, no es algo casual. El 41% de los votos de la extrema derecha de Le Pen en las elecciones de Francia, o los cada vez mejores resultados de Vox en España, que le pueden llevar pronto a gobernar en coalición con el PP, deberían ser una señal de alerta a todos los demócratas del mundo. El discurso xenófobo de VOX coincide con el manifiesto del supremacista estadounidense que asesinó la semana pasada a 10 personas en un barrio afroamericano de Buffalo, Nueva York, manifiesto que denunciaba el genocidio contra la población blanca que estaba siendo sustituida por migrantes.
Todo lo anterior, y a pesar de la propaganda occidental que consumimos aunque no queramos, está llevando a una desconexión de Rusia con Occidente en general y Europa en particular, y una profundización de su acercamiento a Asia.
Uno de los saldos del conflicto ucraniano va a ser el fortalecimiento de un eje Rusia-China-India para amortiguar las sanciones, y mirando aún más lejos, el surgimiento de un RICIT (Rusia-India-China-Irán-Turquía) que puede cambiar de manera radical la geopolítica del planeta.
La articulación geopolítica que está naciendo puede liderar pronto la geopolítica planetaria en materia de comercio, energía y desarrollo tecnológico, que sumada a la separación del dólar como moneda de intercambio, puede cambiar el mundo tal y como lo conocemos.
Eso si antes, como nos alertaba Fidel Castro, una guerra nuclear no se lleva como daño colateral la vida de toda la humanidad.
@KatuArkonada