Si pensamos que la corrupción es tema exclusivo del gobierno estamos muy equivocados, este terrible mal está infiltrado en todos los niveles de nuestra sociedad.
Tenemos tan normalizada la corrupción que de manera natural y espontánea la gente pregunta en redes sociales por conocidos para poder agilizar trámites, nadie lo ve mal, pero es una clara aplicación del tráfico de influencias. Cuando se comete una infracción de tránsito y se le da una “mordida” al oficial las personas se suelen quejar de haber sido víctimas de la corrupción, pero no se asumen como colaboradoras de la misma.
Muchas empresas tienen presupuestados en sus costos de operación, los regalos, las dádivas o incluso las gratificaciones que otorgan para asegurar permisos, autorizaciones o evitar infracciones y clausuras.
Como sociedad nos asumimos como víctimas indefensas de la corrupción, nos sentimos extorsionados por las autoridades corruptas y creemos que así es, así ha sido y así siempre será. Las batallas se pierden desde el momento en que nos asumimos incapaces de ganarlas, siendo esta derrota psicológica el primer objetivo de los corruptos para poder manejar las situaciones a su conveniencia.
Le exigimos al gobierno que pare la corrupción, que tome las medidas necesarias para controlarla, sin embargo cuando pensamos en las actividades corruptas de los particulares solemos ser muy indulgentes, y considerar que no tenemos más remedio que participar en la corrupción, incluso condenamos con furia los contratos, adjudicaciones y puestos que les reparten los gobernantes a sus cuates, pero cuando el beneficiado es alguien cercano, encontramos mil justificaciones a los procesos poco claros y fuera de la ley.
El dilema de acción colectiva consiste justamente en pedir que la colectividad tome acciones contundentes para combatir un mal social, pero al tratarse de nuestro caso personal encontramos excepciones y esa actitud es justamente uno de los grandes impedimentos para reducir la corrupción.
Es indispensable que tomemos la parte de la responsabilidad que nos corresponde, que hagamos consciencia de la importancia de ser ciudadanos íntegros, de no participar en actos corruptos, de entender que no hay corrupción pequeña ni justificada, es necesario que en nuestras vidas implementemos una política personal de cero tolerancia a la corrupción, sin excusas. Así plantando cara como sociedad integra podremos exigir y forzar a las autoridades a ser de igual forma íntegras y confiables.
El problema de la corrupción es de todos, nos perjudica a todos, no releguemos en el gobierno la solución, hagamos entre todos un ecosistema íntegro donde no haya cabida a las prácticas corruptas y veremos que con la corresponsabilidad ciudadana las cosas mejorarán.