Con motivo del primer informe de gobierno del presidente López Obrador, el fantasma que recorre a las familias mexicanas se volvió a hacer presente. Me refiero a aquel que separa a los lopezobradoristas a ultranza de aquellos que simplemente “no lo tragan”. Los bandos siguen siendo tan irreconciliables como en los días posteriores a la elección. Los perfiles que a continuación describo corresponden a mi cuadro familiar y solamente a éste.
El escenario es la mesa dominguera, de un lado se sientan los que creen en la 4T, del otro, los que casi vomitan todo lo que huela al Ejecutivo (hasta la salsa Tabasco).
El crédulo
El crédulo sigue pensando que AMLO traerá el bienestar prometido. En la capa profunda de su ser existe el convencimiento de que con el líder mesiánico el país gozará de épocas de prosperidad, aunque no tiene claro cómo se verá el panorama nacional.
Más que evaluar la situación del país, sus sentimientos proceden de la empatía con la figura presidencial, que considera honesta, sincera y realmente preocupada por el pueblo. Cuando se le cuestiona sobre el 4% de crecimiento económico prometido y el 0% de crecimiento real, el crédulo argumenta que debe darse más tiempo al gobierno actual para mostrar resultados.
El crédulo se aferra a pensar que la voluntad del presidente será suficiente para ofrecerle un mundo mejor. Mañana habrá trabajo, aunque en el fondo sabe que ni en sueños podrá encontrar un empleo con un sueldo mayor a los 10 mil pesos, a pesar de sus estudios de maestría.
Está seguro que con el problema de desabasto de gasolina que sufrimos en enero pasado, se acabó el huachicoleo. Cuando los argumentos se agotan, el crédulo refiere las cifras que hablan del apoyo del que goza el presidente. Supone que el alto apoyo a AMLO, lo hace un buen presidente. (Mi pariente desde luego no estudió lógica). Si se siente contra las cuerdas, el crédulo repite el argumento del presidente: los anteriores gobernantes dejaron un cochinero.
El escéptico
El escéptico es un buen lector de El Financiero y recita los datos económicos que dibujan la realidad del país. Sabe muy bien que las calificadoras y el Banco de México han corregido su pronóstico de crecimiento económico para México y que el INEGI en su último informe reportó un crecimiento de cero. En su mira está el país y no la figura presidencial.
Lo que más le molesta de la 4T es el sentimiento de saberse burlado constantemente. La consulta ciudadana que justificó el cierre del NAIM le parece una burla a la democracia. Argumenta que es ridículo pagar 75 mil millones de pesos para liquidar las obras del NAIM y no tener dinero para pagar las medicinas para los niños con cáncer.
Para el escéptico, la mañanera es un espectáculo insufrible, periodistas chayoteros que hacen preguntas a modo o que piden un abrazo del presidente. Duda en el fondo de la capacidad de este gobierno para superar los problemas del país y apenas tolera la retórica presidencial que dibuja un México que a su juicio no coincide con la realidad.
En medio de la disputa familiar, en el debate dominguero ha surgido un nuevo frente: los desencantados. La Tía Lupe votó por López Obrador, pues, como buena católica, siempre ha tenido un sentimiento de solidaridad con los pobres. El interés social del candidato AMLO la convenció de que era la mejor opción. Pero, aunque la Tía Lupe no sabe mucho de política, señala con exactitud la razón de su desencanto: “Es que no tiene cerebro”, dice. Le parece natural que un presidente no tenga conocimiento de muchas cosas, pero se pregunta por qué López Obrador no se deja aconsejar por los que sí saben.
Está consciente de la importancia de la economía ¿Cómo va a pagar todo lo que prometió si no crece?, se pregunta. La edad de la Tía Lupe le permite recordar las esperanzas frustradas que despertó Vicente Fox como candidato. Su sentido común le indica que el tiempo permitirá saber quién tiene la razón. Y nos deja continuar discutiendo, aunque todos sabemos que no llegaremos a nada.