No deja de sorprenderme la feroz reacción contra la campaña del Gobierno del Distrito Federal en favor de la lactancia. “Las tetas plásticas y los abdómenes tonificados están tan lejos de la maternidad que se volvió una propaganda”, decía alguien en Facebook. “Es una sexualización de la lactancia. Parece que en vez de promover la lactancia promueven que sus novios les chupen las chichis”, decía, con cierta propensión lírica, otra chica. “Es una clara muestra de machismo y absoluta falta de gusto”, comentaba una amiga mía, también en redes sociales. Una petición creada en change.org para recabar firmas exige al gobierno capitalino retirar la campaña porque, dice, “envía un mensaje misógino, ofende e instrumentaliza a las mujeres”. A muchos parece molestarle que la campaña presente no a mujeres que atraviesan por el periodo de lactancia, sino a madres que, habiendo dado pecho, han recuperado la figura plena y ostensiblemente. Vuelvo a la petición en change.org: “El GDF fomenta la imagen de mujeres perfectas, no reales, en un rol completamente ajeno a la lactancia que supuestamente promueven, mostradas en una especie de vitrina, como mujeres inalcanzables”. En suma, para sus críticos, la campaña del gobierno de Miguel Ángel Mancera es sexista, misógina e ignorante, además de denigrar y cosificar a las mujeres.
Bien, pero la pregunta es otra: ¿es esta una buena campaña si lo que se busca es aumentar los números de mujeres que dan pecho?
Me parece que sí. Me explico.
Hasta donde entiendo, la intención de la campaña es promover la lactancia a través de imágenes de madres que, tras haber dado pecho, han recobrado su físico. Óscar Ortiz de Pinedo, uno de los creativos detrás de los anuncios, los explica así: “Muchas mujeres por egoísmo (no perder la forma de sus senos) no dan leche materna. No le des la espalda a su salud por conservar tu cuerpo”. Y aunque eso del egoísmo es un auténtico despropósito, la pregunta interesante es si el creativo —y el gobierno capitalino, que avaló la campaña— tienen al menos algo de razón. ¿Es verdad que la percepción que tiene la madre de su cuerpo después del parto puede afectar el ejercicio sostenido de la lactancia? Por más frívolo que suene, ¿vale la pena tratar de convencer a las madres en periodo de lactancia de la posibilidad de recuperar su figura? En otras palabras: si lo que se busca es promover la lactancia, ¿conviene más una estrategia, digamos, aspiracional antes que, por ejemplo, el retrato clásico del acto de dar pecho?
De nuevo, parece que sí.
Varios estudios indican que la imagen corporal de la madre puede, en efecto, reducir el tiempo de lactancia o incluso cancelarla por completo. Comparto solo un ejemplo. En el sitio de internet de la famosa “Liga de la leche” hay un artículo repleto de referencias juiciosas que explica que “en relación con la lactancia materna, distorsiones en la imagen corporal pueden influir en la decisión inicial de una mujer de dar pecho, así como producir incomodidad dentro del proceso mismo de lactancia, provocando una suspensión prematura. Las mujeres conscientes del juicio social sobre la imagen corporal pueden no tener la confianza para mostrar su cuerpo como un vehículo para la nutrición infantil, optando por otros métodos de alimentación y así desviar la atención de su propio cuerpo”. El texto remite a un estudio del Journal of Psychosomatic Research que revela la existencia de “una correlación entre la satisfacción de la imagen corporal y la elección de un método de alimentación infantil”. Curiosamente, la conclusión de aquel estudio admite que las campañas educativas clásicas “ya no podrán aumentar los índices de lactancia”. Un par de años después de la publicación de ese estudio, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos recomendó a los expertos “conducir investigaciones que identifiquen los factores sociales, culturales, económicos y sicológicos que intervienen en la nutrición infantil”, incluyendo, claro, el papel de la percepción que las madres tienen de su cuerpo y, asunto crucial, del futuro de su cuerpo.
En suma, el análisis parece dar crédito a la campaña del GDF: para las madres es tan importante la imagen corporal que su distorsión puede tener un efecto directo en la adopción o el rechazo de la lactancia como método inicial de nutrición infantil. Es decir, la angustia estética puede afectar la decisión de dar pecho. Desde esa perspectiva, no parece tan descabellado poner como ejemplo a seguir a mujeres que, tiempo después de ser madres, han recuperado plenamente su figura. Nos puede parecer mal hecha, sexista, misógina, de mal gusto, reprobable y demás calificativos, pero lo cierto es que, si lo que se busca es revertir los bajísimos índices de lactancia materna, la campaña del Gobierno del Distrito Federal es un principio ambicioso, provocador y, para mí, justificado.