En los últimos 30 años, la derecha extremista israelí ha sofocado a los sionistas laicos originales que tenían una visión realista de paz; Hamás, con sus tácticas terroristas, retiene a más de 2 millones de civiles palestinos hacinados en esa cárcel a cielo abierto
El padre fundador de Israel, David Ben Gurión, declaró: “Si yo fuera un líder árabe nunca firmaría un acuerdo con Israel… nosotros hemos tomado su país. Es cierto que (nuestro) Dios nos lo prometió, pero cómo podría interesarles si nuestro Dios (Jehová) no es el suyo (Alá). Ha habido antisemitismo: los nazis, Hitler, Auschwitz, pero ¿fue eso culpa suya? Solo ven una cosa: hemos venido y les hemos robado su país. ¿Por qué iban a aceptar eso?”.
En efecto, la creación del Estado de Israel fue resultado de 2 mil años de antisemitismo y racismo europeos tras la destrucción romana del Reino de Judea. Europa acuñaría los conceptos de “judería” (castellano), “ghetto” (italiano) “pogrom” (ruso) y finalmente “campo de exterminio”.
Ante los miles de judíos víctimas de pogroms terroristas europeos, hacia 1900, un grupo visionario de europeos judíos convocó un congreso nacional/sionista para planear un urgente segundo Éxodo. Consideraron Uganda o Argentina, donde querían un Estado laico pacifista, no bíblico; muchos desaconsejaban Palestina, entonces dominio turco, porque llevaba 2 mil años habitada por cristianos y musulmanes: los actuales palestinos.
No obstante, en 1917, Gran Bretaña ocupó Palestina empeñada, por cálculos estratégicos, en asentar ahí a los europeos judíos, llamados Ashkenazis (de la Península Ibérica ya habían sido expulsados, desde 1492, sus primos Sefarditas). Tan ansiosos estaban los europeos de deshacerse de ellos que, en 1933, incluso la Alemania Nazi pactó con la Agencia Judía la expulsión a Palestina de 53 mil alemanes judíos (Jean Pierre Filiu).
Fueron los sionistas laicos los que acabarían fundando el Estado de Israel porque llevaban el know-how europeo para hacerlo. Terminada la II Guerra, Gran Bretaña aventó el problema a Naciones Unidas, que decidió salomónicamente la división en dos Estados, Israel y Palestina, lo cual desató las guerras Árabe-Israelíes de 1948, 1967 y 1973 con sus millones de refugiados.
Finalmente los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, Estados Unidos, URSS/Rusia, China, Francia y Gran Bretaña acordaron reconocer las conquistas israelíes fijando como territorio palestino minimizado: Cisjordania con Jerusalén Oriental y el retazo de la Franja de Gaza.
En 1993, tras los Acuerdos de Oslo —fórmula Noruega-EUA—, el presidente Yasser Arafat firmó la paz con Israel y lo reconoció conforme dichas fronteras. Pero, como bien lo advirtiera Ben Gurión, quizás no debió hacerlo porque Israel no reconoció la independencia del Estado Palestino, sino que se limitó a concederle “semiautonomía” mientras supuestamente “negociaban”.
En 2012, tras 20 años de engaños, 138 Estados, México incluido, con base en esa partición que hiciera Naciones Unidas, reconocieron jurídicamente a Palestina como Estado observador de la Organización. Solo parte de una Europa arrepentida lo ha hecho plenamente, pero los principales responsables históricos de esta tragedia humana y humanitaria, no.
En los últimos 30 años, la derecha extremista israelí, representada por Sharon y Netanyahu, ha sofocado a los sionistas laicos originales que tenían al menos una visión realista de paz. El estatus legal internacional de Israel es de “Potencia Ocupante” —la pesadilla de Ben Gurión—, y es responsable de la seguridad y situación humanitaria dentro de todo el territorio que sojuzga: Cisjordania, regida pacíficamente por la Autoridad Palestina y Gaza, controlada técnicamente por una “guerrilla insurgente”.
Hamás, con sus tácticas terroristas, tiene secuestrados a más de 2 millones de civiles palestinos hacinados dentro de esa cárcel israelí a cielo abierto que es Gaza, del tamaño de la alcaldía Tlalpan. Los sicarios de Hamás sirven torpemente los fines de sus carceleros para justificar la guerra perpetua, pero también a sus financistas de Qatar; a todos, menos al pueblo palestino.
En América no existieron pogroms. Por el contrario, aquí se abrieron las puertas a todos los refugiados de la barbarie europea.