En una sola frase el tema del servicio en Jalisco se resume en ser caro y malo.
El 2025 arrancó con una promesa que ya suena gastada: el cambio. Nuevos gobiernos en prácticamente todos los niveles, nuevos discursos, nuevas caras y la misma realidad. A un año de distancia, la conclusión es incómoda pero evidente: no hay transformaciones de fondo. Ni en el combate a la delincuencia, ni en la reducción de la inseguridad, ni —quizá lo más grave— en la prestación de los servicios básicos que definen la vida cotidiana.
Las calles siguen siendo territorios disputados, la violencia continúa normalizada y la percepción de riesgo se mantiene intacta. En paralelo, los servicios públicos permanecen atrapados en la ineficiencia. La recolección de basura falla de manera constante, el acceso al agua es cada vez más incierto y desigual, y el transporte público continúa operando con carencias estructurales que ningún gobierno ha querido enfrentar con seriedad.
Lo que hoy vivimos no es incapacidad, es una forma de gobierno. La inseguridad, el colapso de los servicios y el deterioro urbano ya no son accidentes, son decisiones. Decisiones de administraciones que prefieren administrar el caos antes que corregirlo, porque el desorden también recauda. Mientras la violencia se normaliza y el transporte, el agua y la basura se vuelven un privilegio intermitente, el ciudadano es tratado como cliente cautivo: paga, aguanta y calla. No hay evaluación, no hay consecuencias y no hay responsables.
La respuesta oficial ante este estancamiento es tan predecible como ofensiva. Para 2026, la salida vuelve a ser aumentar tarifas, impuestos y costos en todos los niveles. Suben los pasajes, suben los recibos y suben las contribuciones, pero no mejora el servicio. Se cobra más sin ofrecer nada distinto. Se exige más al ciudadano sin que el gobierno cumpla su parte.
Los salarios, estancados o francamente insuficientes, ya no alcanzan ni para sostener lo básico. Cada aumento anunciado es una sentencia directa contra el ingreso familiar. Se paga más por moverse peor, por recibir menos agua, por vivir entre basura y por sentirse más inseguro. No hay mejora ni horizonte. Solo un Estado que cobra como eficiente y responde como fallido. El cambio no llegó. La factura sí.