El titular de una nota de la desaparecida Notimex sentenciaba en 1989: “Volvió la calma a Guadalajara tras haber arrestado al psicópata”. Según se decía, un hombre cojo llamado Oswaldo se convirtió en asesino serial de entre 12 y 14 personas en situación de calle. Lo apodaron “El Mataindigentes” o “Psicópata 7:65” por el calibre del arma que supuestamente usaba. Sin embargo, otras crónicas aseguran que Oswaldo fue un chivo expiatorio, responsable de un solo asesinato: el de su pareja. Tras 64 días de terror, el caso quedó cerrado, pero el estigma persiste en la memoria colectiva.
En 2018, cuando ya vivía en Guadalajara, una nueva ola de asesinatos similares emergió, esta vez utilizando piedras como arma. Se encontró evidencia, como un enorme objeto ensangrentado, pero la pregunta sobre por qué no se investigó nunca tuvo respuesta. Como en 1989, solo quedó el rastro de sangre de uno o varios “Mataindigentes”, mientras los crímenes se desvanecían en el archivo muerto.
Hoy, las víctimas son personas en situación de calle. Antes se les llamaba vagabundos, callejeros o malvivientes. Hace apenas unos días, un hombre fue quemado vivo en Pueblo Quieto. La reportera Diana Barajas, de Telediario Guadalajara, narró: “La noche del viernes 15 de noviembre, un hombre fue rociado con gasolina mientras dormía y acto seguido le prendieron fuego”. Una tragedia más que pasa desapercibida para las autoridades.
Un censo reciente indica que en el Área Metropolitana de Guadalajara hay 2,527 personas en situación de calle, incluidas 86 menores y 378 mujeres. En semanas recientes se han atribuido muertes a hipotermia, aunque no se han registrado heladas, lo que genera dudas sobre las causas reales. A “El Pinto”, otro indigente, lo mataron presuntamente en una riña. En meses anteriores, reportes de periodistas como Pablo Núñez y Juan Carlos Munguía de Telediario Guadalajara documentaron cadáveres hallados en la vía pública: uno en avanzado estado de descomposición, otro envuelto en cobijas.
Muertos en la calle por lo que sea ante la indiferencia de las autoridades y el desdén social. Las crónicas se repiten. Con piedras, armas de fuego, punzocortantes o gasolina, los asesinatos de personas en situación de calle permanecen impunes, ignorados tanto por las autoridades como por la sociedad. El verdadero asesino serial no es un individuo, sino un sistema social descompuesto. En este esquema, uno más o uno menos no importa. Al final, solo son seres humanos.