Cuando hablamos de la Economía como ciencia solemos estudiarla desde las bases conceptuales y teóricas neoclásicas, keynesianas o marxistas; sin embargo, estos enfoques carecen en sus planteamientos de abordar una desigualdad que permanece invisible en estos postulados: la desigualdad de género.
Las brechas de desigualdad entre ricos y pobres se viven de manera diferente cuando se es mujer o se es hombre. Por eso, es necesario organizar, presentar y discutir ideas que incluyan un análisis de la desigualdad, desde esta perspectiva.
Es así como la Economía Feminista hace uso de los debates históricos del feminismo sobre el trabajo doméstico, como una de las bases del funcionamiento del mundo en el que vivimos. (Fundar, Oxfam México, Introducción a la Economía Feminista)
Por ejemplo, el trabajo en casa, conlleva horas de esfuerzo que generalmente no es pagado, porque se ve como parte obligada de una actividad familiar, en la cual las mujeres absorben una mayor carga.
La distribución asimétrica de las actividades domésticas supone desventajas para las mujeres al ingresar al mercado laboral, ya que sus condiciones son peores, los salarios son más bajos y existe mayor informalidad.
También el rol socialmente asignado de las mujeres como cuidadoras más la jornada en casa, hace que dispongan de una menor cantidad de tiempo para el trabajo remunerado. A nivel global las mujeres realizan casi el 75 por ciento del trabajo doméstico y cuidados no retribuidos (McKinsey Global Institute, 2015).
Como este trabajo no se paga, no se mide. Entonces a la hora que vienen los recortes presupuestales en salud o educación, las mujeres terminan asumiendo más tareas y afectando de forma significativa sus niveles de vida.
Aunque existen avances en materia económica, muchos indicadores del mercado laboral presentan fallas para capturar aspectos claves de la realidad.
Retratar una situación de desigualdad estructural económica es un primer paso que podría complementarse con los planteamientos de la Economía Feminista.
@nonobarreiro