El mundo y sus dolorosas paradojas. Mientras se desperdician grandes cantidades de comida, millones de personas sufren de hambruna y pobreza extrema.
Es así como el ejercicio de un privilegio de unos, implica un contexto trágico para otros.
Según Naciones Unidas, la pandemia de Covid-19 podría provocar, a finales de 2020, un incremento de 130 millones en el número de personas que padecen hambre crónica a nivel mundial. Además, los países de todas las regiones continúan enfrentando problemas asociados a la malnutrición.
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), cada año se pierden mil 300 millones de toneladas de comida. Si la tendencia no cambia, los expertos advierten que para el 2030, la cifra aumentará a 2.1 mil millones de toneladas anuales.
En este contexto, el pasado 29 de septiembre del 2020 se conmemoró el Día Internacional de Concientización sobre Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, acción impulsada por el sistema universal para la defensa de los derechos humanos.
La campaña pretende “provocar un despertar global sobre la necesidad de transformar y reequilibrar la forma de producir y consumir nuestros alimentos”.
En otras palabras, es momento de modificar hábitos y abandonar ese pensamiento, de que la abundancia forzosamente se traduce en un sinónimo de bienestar.
Cada compra excesiva que realizamos, los que estamos en condiciones de hacerlo, se traduce en un incremento en la cadena de producción y en un probable desperdicio de alimento, que a su vez provoca hambre a nivel global y suma a los efectos del cambio climático.
Llevar un registro de lo que compramos y usamos, verificar las fechas de caducidad, planificar las compras semanales y preparar nuestra comida, son algunas acciones pequeñas y al alcance de todos.
Ojalá, la idea de consumir lo necesario para el bienestar de todas las personas, se convierta en una especie de mantra para hacer de este mundo un espacio más llevadero.
@nonobarreiro