Desde que tengo uso de razón la música ha sido mi cómplice. Crecí escuchando a Tchaikovsky, Chopin, Bach, Mozart, Mendelssohn y Saint-Saëns pero también a la Sonora Santanera, a los Billo’s Caracas Boys y a una miríada de compositores e intérpretes de boleros.
La primera canción del género nació en el siglo XIX, en Santiago de Cuba, y se llamó “Tristezas”. Fue compuesta por José (Pepe) Sánchez durante la guerra por la independencia cubana y canta el amor imposible entre una pareja. César Portillo de la Luz —también cubano— compuso “Contigo a la distancia” y “Delirio”. En Puerto Rico, Bobby Capó mezcló el bolero y el chachachá en su deliciosa “Piel canela”.
Las aguas del Atlántico llevaron el bolero rumbo a México y lo hicieron inmortal: “Sabor a mí”, de Álvaro Carrillo; “Mujer”, “Solamente una vez”, “Piensa en mí”, de Agustín Lara; “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez; “El reloj”, “La barca”, “Noche no te vayas”, “Soy lo prohibido”, de Roberto Cantoral; “Somos novios”, “Contigo aprendí”, “No sé tú”, de Armando Manzanero, son algunos de los boleros que hemos cantado en la ducha, en las cantinas y en las noches bohemias, ¡y es que son una radiografía de nuestros sentimientos!
El amante que padece de celos se desgañita cantando: “No quiero ya saber, qué pudo suceder, en todos estos años qué tu has vivido con otras gentes, lejos de mi cariño” y el sentimiento no se ancla en en el pasado, sino que transita al más allá —porque el celoso podría morir antes que el objeto de su deseo—: “si otros brazos te dan aquel calor que te di, sería tan grande mi celo que en el mismo cielo me vuelvo a morir.”
Quienes tienen amores prohibidos aminoran el dolor justificándose ante los otros: “Si la gente la espalda nos da por las leyes haber quebrantado, que nos diga quien quiera juzgar, si en su vida jamás ha pecado”. Pero también se justifican a sí mismos: “Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor, soy lo prohibido, soy la aventura que llegó para ayudarte a continuar en tu camino”.
Los dramáticos tienen una formidable selección de letras para sentirse en casa: “Usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos”. Si ya no son los elegidos, reclaman: “¿Y qué excusa puedes darme si faltaste y mataste la esperanza que hubo en mí?” Y avientan el anzuelo de la venganza: “Que hasta puedo hacerte mal si me decido”. También están aquellos trágicos que buscan terminar la relación en términos inexplicables: “Nosotros que nos queremos tanto debemos separarnos, no me preguntes más… y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós”. Y aunque se hubiesen marchado piden garantías: “Júrame que aunque pase mucho tiempo pensarás en el momento en que yo te conocí”.
La composición, interpretación y transmisión de los boleros han sido declarados por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, son parte de nuestra identidad cultural. Salvaguardemos su riqueza y permanencia.
Y sepa, querido lector, “que su presencia no la cambio por ninguna”.