Las primeras veces

Ciudad de México /

Laia, mi sobrina, vino a México desde su natal Barcelona para estudiar un año de la carrera de Antropología. Posee un inmenso amor por los libros y las letras; devora poesía y novelas como si fuese su alimento diario. Su padre es editor y ella seguirá sus pasos. Hoy volverá a Catalunya y dejará un hueco importante. En agradecimiento a nuestras interminables charlas de libros y a la complicidad que genera el amor por la literatura me regaló la novela Las malas, de Camila Sosa Villada. Al ponerla entre mis manos dijo: “Qué ganas de estar en tu lugar y leer por primera vez ese libro”. Sus palabras detonaron mi curiosidad y hurgué en los archivos de mis primeras veces; aquellas que marcaron como tinta indeleble la piel de mis recuerdos lectores. 

La primera vez que leí Metafísica de los tubos, de Amélie Nothomb, fue como si la escritora misma se instalara en mis adentros —un Jonás dentro del vientre de la ballena— y desde ahí escribiera mis sentires. La novela exalta el paraíso de la infancia y, es ese pedazo de mi vida antes de vivir la aberración de la guerra, el que quiero atesorar y recordar hasta que la oscuridad nuble mis ojos. 

La primera vez que leí Fractura, de Andrés Neuman, celebré mis cicatrices físicas y emocionales, aquellas que enaltecen mi persistencia a pesar del inmenso dolor de mis heridas cuando frescas. Podemos estar abrumados por nuestras propias fisuras —y creerlas únicas— sin embargo, la persona que se sienta en la mesa del rincón de un café también tiene las suyas, y le duelen. 

La primera vez que leí El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, atrevesé la bruma lechosa, cálida y pegajosa de la condición humana. Observé que los personajes de su novela se hacían las mismas preguntas que nos hemos hecho los hombres a lo largo de la historia. Nuestro corazón late a pesar de la oscuridad y de la duda. ¡Y es que todos dudamos!

La primera vez que leí El extranjero, de Camus, noté que a veces nos perdemos y somos extranjeros de nosotros mismos. La marea puede traer olas de sinsentidos y revolcarnos en ellos pero llegará el día donde el oleaje nos escupa en una arena fina, sin piedras y con caricias solares. 

Las novelas que traje a colación no son necesariamente mis favoritas pero sí aquellas que azuzaron mi visión literaria de la condición humana. Estimularon mi curiosidad por la construcción de la psicología de los personajes, sus miedos y alegrías, fueron un intento por conjeturar —aunque sea de forma somera— el estado emocional de quien las escribió. 

Reconstuir mis mejores primeras veces es caminar

descalza en la arena tibia, sacar la cabeza por la ventana del auto y oler el campo, lamer ese helado, probar ese vino, rozar esa piel. Ya lo escribiría Emil Ludwing: “La decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor, porque contiene dentro de sí la rendición”. 

Querido lector, recuerde sus mejores primeras veces y embárquese —ahora que tiene vida— en la búsqueda de nuevos y deliciosos asombros.


  • Ligia Urroz
  • Nicaragüense-mexicana de naturaleza volcánica. Transita entre la escritura, la música y el vino. Sommelier de vida. Publica su columna Desde el volcán los viernes cada 15 días en la sección M2.
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