Cuando iniciamos la lectura de un libro muchas veces pasamos de largo el título, la dedicatoria y los epígrafes y nos introducimos de lleno en el texto. Un lector agudo jamás deja esos cabos sueltos. Les contaré por qué.
Cuando un autor nombra a su texto lo designa como un objeto único: ha soplado las páginas entintadas para darle aliento a su obra con una cualidad distintiva ¡y no es fácil ponerles un nombre a las personas o a las cosas que nacen! Entre los títulos que me apasionan están Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sad; No entres tan deprisa en esa noche oscura, de António Lobo Antunes, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
En la dedicatoria intervienen tres elementos fundamentales: el dedicante (quien brinda la dedicatoria), el dedicado (a quien se le otorga el tributo), y la razón que lo motiva (en algunos casos es explícita). En el libro de poemas La cifra (1981), de Jorge Luis Borges, la dedicatoria contiene su propia definición: para él es un don, un regalo recíproco. “El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”. Y sigue: “Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”. Norah Lange escribió la siguiente dedicatoria con su puño y letra: “Para Jorge Luis Borges, único ubicador de todas las palabras. Antes frecuente en las noches con mucho cielo. Siempre frecuente en los nombres que quiero”. Roberto Juarroz dedicó a Alejandra Pizarnik en el libro Segunda poesía vertical las siguientes palabras: “Para Alejandra, por su poesía y por su vida, por su presencia en el mundo al mismo tiempo que yo. Casi desde adentro suyo”. Pero no todo es miel sobre hojuelas, En La familia de Pascual Duarte, Camilo José Cela escribió: “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. Las dedicatorias son acontecimientos únicos y guiños de complicidad entre las partes.
Los epígrafes revelan el corazón del capítulo o de la obra que estamos por leer. Pueden ser citas de otros autores, frases lapidarias. En El infinito en un junco, Irene Vallejo nos regala una página completa de epígrafes. De Mia Cuoto: “Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada página es una caja infinita de voces”. De Siri Hustvedt: “Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral”.
Cuando inicie la lectura de un libro hágalo por la puerta grande: reflexione el nombre del título, mire a quién está dedicado y descubra la magia borgiana. Ponga atención a los epígrafes que son las lecturas que tocaron el alma del escritor y que contienen la esencia de la obra que lo invadirá en las siguientes horas, días y, quizás, vida.