¿Recuerda usted algún acontecimiento importante en el que haya saltado de la felicidad y gritado hasta quedar afónico? No me refiero a festivales de música en los que celebramos la melomanía, aludo a eventos como el nacimiento de sus hijos o el día en el que se casó. Si usted es un apasionado del futbol y su equipo anota, sí que lo veo (nos veo) brincando, alzando los brazos y gritando sin pudor. No es que los eventos trascendentales se tengan que celebrar con esa euforia, pero el futbol tiene sus formas sin importar la latitud en la que nos encontremos.
En el siglo III a.c. los chinos jugaban a patear esferas y meterlas en redes. Hace 3 mil años en Mesoamérica se popularizó el juego de pelota. La bola (hecha de la resina de los árboles) se mantenía en juego dándole con las caderas o con los glúteos. La intención era rebotarla sobre una línea central y tirarla contra la pared posterior a la pista del oponente. Si el jugador lograba meterla por un anillo en el lado del equipo contrario se llevaba la victoria. Fue jugado (con variantes) por teotihuacanos, aztecas y mayas. En el siglo XIX se creó el futbol moderno con la fundación de la Asociación Inglesa de Futbol.
Hay escritores apasionados por el balompié y han dado cuenta de ello en su obra literaria. Roberto Fontanarrosa escribió el cuento “19 de diciembre de 1971”, donde narra el día en que el Rosario Central venció al Newell’s Old Boys en la semifinal del Torneo Nacional de 1971. En la ficción —basada en la realidad— uno de los personajes muere de la emoción al ver a su equipo ganar y otro de los personajes da cuenta de ello: “¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara
de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante!”.
Fiebre en las gradas (Fever Pitch), de Nick Hornby, relata la vida de un fanático —hincha del Arsenal FC— y la manera en la que su existencia gira en torno a esa pasión. El protagonista es un esclavo del calendario de juegos de su equipo: rechaza invitaciones a bodas si ese día juega el Arsenal o piensa que su ruptura amorosa se debe a la pérdida de un jugador del equipo. Con un humor inglés genial el personaje relata: “Me enamoré del futbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”.
Y como aseguró Eduardo Sacheri al escribir La vida que pensamos: cuentos de futbol: “Amamos a un club y a su camiseta. Porque es una de esas experiencias básicas en las que se funda nuestra niñez y, por lo tanto, lo que somos y seremos”. Si usted opina así le auguro un fin de semana colmado de emociones.