Apropósito de los tiempos electorales que suceden en el país, recuerdo que, en cierta ocasión, una persona candidata a un cargo de elección popular me compartía una experiencia conmovedora. Que mucha de la gente que asiste a los mítines, lo hace genuinamente porque no pierde la esperanza de que “ahora sí” o “de verdad”, les cumplan lo que requieren. Y lo que requieren va desde la pavimentación de una calle o su iluminación, vigilancia, la solicitud de un empleo, hasta la atención de casos particulares que corresponden al sistema de justicia.
En tiempos de campaña, la persona candidata generalmente dirá que sí a lo que le pidan, así sea que no tenga nada que ver con las atribuciones que corresponden al cargo que aspira ocupar, o que, en verdad, la petición sea posible de realizarse. Si le piden meter a la cárcel a alguien, es muy probable que diga sí, aunque su candidatura no sea para ser juez –y, ojalá nunca vayamos a ver a candidatos a jueces haciendo campaña–, y hasta si le piden llenar de agua a un río, también dirá que ¡sí se puede! ¿Y cuál sería el argumento o explicación razonada para sostener las promesas? Eso no importa, da igual, siempre estará a la mano el slogan de campaña, invariablemente épico, envalentonado y retador. Son muy raros los casos en los que la persona candidata le diga a la ciudadanía que tal o cual requerimiento solicitado, en caso de ganar la elección, no estaría en sus manos atender, o que, de plano, eso que pide no se puede. Todo parece indicar que en tiempos electorales lo más importante es quedar bien, darse a notar; lo de gobernar, ya vendrá después…
La realidad es que las elecciones se ganan con votos, y estos se obtienen de múltiples maneras, algunas loables y creativas; algunas otras, verdaderamente inconfesables.
La cuestión es que gobernar –en cualquiera de los cargos, unipersonales o colegiados– es una tarea ardua, compleja, difícil y sacrificada. Ya en el ejercicio de gobierno, ni los slogans, ni las peroratas, por arte de magia, se convierten en proyectos legislativos serios, ni en políticas públicas; tampoco las promesas se cumplen sólo por la voluntad de quien ocupa en el cargo: aquí no es suficiente el efecto motivante de las arengas. Y aunque las habilidades políticas son fundamentales para concretar los proyectos, también importan los aspectos técnicos y el conocimiento –por lo menos básico– de la materia. No es suficiente el sentido común.
Dentro de toda la complejidad que significa ocupar un cargo de elección popular, quizás no sería mucho pedir –o a lo mejor sí– que, al menos se consideraran algunos aspectos como los siguientes.
Afortunadamente, en nuestro sistema mexicano, la responsabilidad pública no recae en un solo órgano de gobierno ni mucho menos en una sola persona. El sistema de pesos y contra pesos, la coexistencia de los tres órdenes de gobierno –federal, estatal y municipal–, así como la presencia de órganos autónomos, exige a las personas que nos gobiernan que no invadan ámbitos de competencia que no les corresponden y que, antes bien, colaboren, hagan equipo con todas las instancias, independientemente del partido, alianza o coalición a que pertenezcan. Hacerlo es difícil, sí, pero por eso esas personas fueron electas, porque se supone que cuentan con la capacidad para hacerlo.
Gobernar es decidir y, al decidir, difícilmente se puede quedar bien con todas las personas y sectores sociales. Además, el ejercicio del gobierno es velar por el bien común, pero resulta que éste no siempre coincide con el sentir de la mayoría. En otras palabras: en ocasiones el bien común corresponde con el sentir de la mayoría, y en otras no.
Lo más fácil es dejarse llevar y no complicarse, evitar la crítica, aunque vaya en contra del bien común, pues casi siempre los impactos negativos se verán después, cuando ya no se está en el cargo. Pero, lo que se requiere es la verticalidad que emerge del sentido ético e informado de las decisiones, aún a costa de la crítica o de la incomprensión. Son experiencias difíciles, sí, pero por eso esas personas fueron electas, porque se supone que tienen la capacidad para afrontar esas situaciones.
La legalidad para ocupar un cargo de elección popular se consigna en la constancia de mayoría (de votos), pero la legitimidad se adquiere en el ejercicio profesional, ético, comprometido con el interés público, desarrollado al ejercer la función. Y tal cumplimiento jamás será perfecto y nunca estará exento de riesgos. Eso es difícil, sí, mucho. Pero, insistimos, por eso las personas fueron electas, porque se supone que cuentan con la capacidad para hacerlo.
En el difícil escenario que prevalece en el país, ojalá las personas que resulten electas tengan altura de miras y asuman a cabalidad su compromiso. Vengan del partido que sea, gobernarán para toda la ciudadanía. En el ejercicio del gobierno, más que la pertenencia partidista debe prevalecer una visión de estadista.
A propósito, en una ocasión, en una reunión informal, expresé que México requería menos políticos de partido y más estadistas. Una persona –que ocupaba una diputación– dijo que era verdad, porque se requerían más personas que “…hicieran estudios estadísticos, que le supieran a los números…” Bueno, en esos casos, no hay manera…