El honor y la causa de don Sergio García Ramírez

  • columna de Luis Felipe Guerrero Agripino
  • Luis Felipe Guerrero Agripino

Ciudad de México /

No cedo en el esfuerzo de vivir, pero lo hago contando las horas y refugiando en ellas el trabajo que cumplo ¿Qué más? ¿Qué habrá? Caerá la moneda; está en el aire. Por supuesto, no ignoro –y siempre agradezco– la luz de cada mañana, compartida, y la esperanza de hacer algo por mi país.

Sergio García Ramírez (Del alba al crepúsculo. Páginas de mi vida)

Falleció uno de los juristas más sobresalientes que ha habido en México, el doctor Sergio García Ramírez. Jurista no es sólo quien cuenta con títulos y grados académicos, posee múltiples reconocimientos, ha ocupado altas responsabilidades en el ejercicio profesional; tiene incontables publicaciones y ha transcendido en las aulas. Jurista es quien, además de contar con esos atributos, construye nuevo conocimiento en el campo jurídico, lo divulga e incide en su aplicación; contribuye en la formación de nuevas generaciones y transforma instituciones. Jurista es quien, con solidez profesional y académica, mantiene congruencia entre lo que piensa, dice y hace, con soporte ético, sin segundas intenciones, asumiendo riesgos en el ejercicio de su libre pensamiento.

En la persona de García Ramírez se representaban las cualidades anteriores, y otras más. No alcanzaría este espacio para detallar su trayectoria y aportaciones. Me limitaré solamente a dar un breve esbozo.

Su trayectoria académica fue fructífera, tanto en la docencia como en la investigación. Su paso por el servicio público fue de gran relevancia. Fungió como director de centros penitenciarios, Procurador General de la República, secretario del Trabajo y Previsión Social, primer magistrado presidente del Tribunal Agrario, Juez y presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, consejero del Instituto Federal Electoral, entre otros. Al apreciar la trayectoria del doctor García Ramírez, uno puede ver cómo se entretejen la vocación por el servicio público con la formación académica; siempre trató de vincular ambos ámbitos, y de ello dan cuenta sus aportaciones. Por ejemplo, su pensamiento humanista sobre el régimen penitenciario que difundía en la cátedra y plasmaba en sus obras, lo llevó a la práctica, cuando fue director del Palacio Negro de Lecumberri, su labor fue día y noche: le tocó conducir su clausura. Fue un promotor del penitenciarismo respetuoso de los derechos humanos.

Cuando fue Procurador General de la República, le dio especial importancia a la formación de cuadros profesionales de alto nivel para el tratamiento del fenómeno delictivo, con la creación del Instituto Nacional de Ciencias Penales.

En su paso por la Corte Interamericana de Derechos Humanos construyó una figura de singular impacto: el control de convencionalidad.

Su pluma marcó la pauta en el sistema penal mexicano; muchas generaciones nos formamos con sus obras. Y nunca le tembló la mano –ni la voz– para asumir, con rigor intelectual, su pensamiento crítico ante iniciativas, impulsos y reacciones del poder público, en ese afán desmedido de actuar con toda la fuerza del estado en el combate a la criminalidad. Fue de las primeras voces que criticaron con severidad la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada, al sostener, en el año de 1997: “…ya verán ustedes que lo que se ha creado es un auténtico Bebé de Rosemary; con el paso de los años veremos si hay o no razón”. Y tuvo razón en lo que predijo.

Luego, al asumir postura sobre el régimen de excepción regulado en la Constitución del país, en 2008, sostuvo: “… esta reforma es como darle con una mano a la sociedad sedienta un vaso de agua pura y cristalina; un vaso de agua al que, con otra mano, se le ha agregado veneno”. Con la misma firmeza se pronunció en contra de temas sensibles como la ampliación desmesurada de la prisión preventiva, la extinción de dominio, así como de la injerencia de las fuerzas armadas en las funciones de seguridad pública.

Su último gran libro fue Del alba al crepúsculo. Páginas de mi vida (2022), obra autobiográfica en la que narra parte esencial de su trayectoria. En 786 páginas nos comparte sus vivencias, peripecias, logros y adversidades. Como en toda gran biografía, hubo de todo. A sus adversarios solo les destina pocas, pero elocuentes palabras: “Prevengo al curioso que se interne en estas páginas. No encontrará revelaciones asombrosas, especulaciones arriesgadas, testimonios de otras vidas. Me contraigo a la mía y respeto las restantes. Mucho menos hallará resentimientos que pululan en ciertas obras concebidas con una intención que no practico. No arremeto contra nadie”. El sentimiento de la pérdida del doctor Sergio García Ramírez es múltiple. Era parte de la comunidad universitaria de la Universidad de Guanajuato. El 8 de junio de 2022, el Consejo General Universitario (que, en ese tiempo, quien esto escribe tenía el honor de presidir), le otorgó el doctorado honoris causa. Al recibirlo, García Ramírez dijo: “El doctorado que me confiere la Universidad de Guanajuato, con infinita generosidad, me convierte en ciudadano de su comunidad académica, que se agrega a la ciudadanía que tengo en la universidad de mi origen [la UNAM]”. Las participaciones de ese acto solemne se congregaron en un libro titulado: El honor y la causa del pensamiento de Sergio García Ramírez en el sistema jurídico mexicano e interamericano. Ese texto se encuentra en imprenta, se prevé que esté listo en este mes. Él no sabía de su existencia, teníamos pensado darle la sorpresa, aprovechando una invitación a su casa. Ya no se pudo…

Como una de muchas personas que estudiamos Derecho, tuve el privilegio de formarme bajo la tutela de sus obras y así conocer al jurista. Luego, la vida me dio la oportunidad de tratarlo en el ámbito personal, y corroborar algo que parece una regla: las personas verdaderamente valiosas son impresionantemente sencillas, discretas y generosas. Ha partido un gran mexicano, gigante del Derecho, extraordinario ser humano. ¡Hasta pronto don Sergio!


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