¿Qué separa al Magistrado presidente del Poder Judicial de Coahuila, Miguel Mery, de los siete Magistrados de la Suprema Corte que presentaron su renuncia a finales del mes octubre pasado para no participar en su reelección ante una Reforma que ellos consideran constitucionalmente improcedente? Millones de años luz de dignidad.
Veamos.
La semana pasada, desde el gimnasio, un Mery bien “fit”, atrapado desde siempre entre la frivolidad de la política y la banalidad del mal, declaró:
“Pues habrá elecciones… ¡estamos listos! Yo sí quiero competir y continuar la ruta de un Poder Judicial cercano a la gente, moderno, digital y preparado para estos tiempos. Como dice el Gober: ¡Pa´ delante!”.
¿Qué le faltó a Miguel para haber dicho, “me niego a ser parte de una farsa que hiere de muerte los cimientos de nuestra democracia”? Dignidad, nada menos, nada más.
Pero ¿la tuvo Miguel alguna vez?
Pues parece que no, porque sin acabar todavía de resolverse la crisis constitucional que enfrenta a los poderes Judicial contra el Legislativo y el Ejecutivo, Mery, muy orondo, con dos Gatorades encima y tres espejeos casuales a su fornido cuerpo, declara:
“Este es el modelo que nos pidieron que siguiéramos la Cámara de Diputados y Senadores, está ya suficientemente discutido (sic) y no asumirlo sería colapsar la justicia (sic), nos conviene a todas y todos los mexicanos entender y saber que, en la manera y la forma en que se dio el proceso de Reforma Judicial, ahora tenemos que asumirlo nos parezca o no nos parezca, sea adecuado o inadecuado (sic)”.
Más entreguista e indigno, imposible.
Para los que no conocen a Mery o son víctimas del encanto de sus ojos color miel y sonrisa de monaguillo, éste llegó al Poder Judicial, porque la persona elegida por Miguel Riquelme declinó en último momento.
Tampoco arribó por sus méritos como abogado, menos como jurista.
Los rumores en su tierra lagunera subrayan una realidad; hasta antes de su presidencia, Mery nunca litigó y, menos, pisó un juzgado. (Continuará)
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