El rechazo global a AMLO, a su política exterior y, a la persona que consideran su “clon” fue crucial para entender la ausencia de mandatarios de los países más desarrollados del orbe.
Ante la respetada presencia de Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, Sheinbaum aseguró en 227 palabras (sin importar la desaparición de los organismos públicos autónomos, de un Poder Judicial autónomo y de una Comisión Nacional de Derechos Humanos inexistente) que habrá un Estado de Derecho en el cual “se respetarán los derechos humanos y (no se utilizará) la fuerza del Estado para reprimir al pueblo (…) (porque) cualquiera que diga que habrá autoritarismo, está mintiendo.”
Para cerrar la pinza de su aseveración, aplaudió la reforma al Poder Judicial para darle, a través del voto popular, “más autonomía e independencia” y acabar con su corrupción e impunidad.
En 445 palabras, Claudia reafirmó la permanencia de los programas sociales amloistas, añadió otros y ennumeró algunas promesas de campaña; todo, mientras el cuerno de la abundancia presupuestal caía sobre su fértil imaginación.
Usó 300 palabras para reafirmar, con variantes, el sueño guajiro obradorista de alcanzar la autosuficiencia energética, petrolera y alimenticia.
En 281 palabras Claudia confirmó una política exterior similar a la obradorista -aislacionista, nacionalista y retrógrada.
Y aseguró, de pasada, que a pesar de la taquicardia de Canadá, EU e inversionistas extranjeros, el T-MEC continuaba firme.
Con 170 palabras y una herencia amloista de 200 mil homicidios dolosos y un país en el cual “cada 15 minutos una persona es privada de la vida”, reafirmó, en lo esencial, el modelo de seguridad pública amloista.
Sheinbaum cerró su discurso como militante morenista, aunque no, como presidenta de todos los mexicanos:
“¡Que viva la Cuarta Transformación!” (gritó) Y luego, “¡Que viva México!” (pero no el todos, sino el de la 4ª Transformación, pensó).
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