Más de 700 mil personas pasaron durante dos días ante la urna con las cenizas de Juan Gabriel, una entusiasta se le arrojó encima para abrazarla y besarla, el domingo en que murió un video mostraba a un joven subido al pedestal de la estatua que recuerda en Garibaldi al compositor y cantante para abrazar al joven y delgado charro y besar sus labios de bronce... A él lo entiendo: besa un charro de bonito cuerpo. Pero no a la abalanzada sobre las 1) cenizas, 2) de un hombre tan claramente no para ella ni para ninguna (espero no molestar al Conapred con este bonito circunloquio), 3) de un hombre que a los 66 años no conservaba nada de aquella carita y cuerpo lindos que vi, apenas en estos días, invitado por Lola Beltrán en 1976.
Cuando confirmé su muerte no tuve duda en postear en mis páginas: “Mi deuda con Juan Gabriel es impagable”. Luego entré en razón. Un gran amigo puso en Twitter que hasta dos matacursis, Luis González de Alba y Héctor de Mauleón, se habían rendido y “snif”. Le debo “Se me olvidó otra vez”, una de las tres canciones que me hacen llorar, respondí a las preguntas de face-amigos entre asombrados y divertidos. Detesto “Querida” y cuando dice que esta soledad “no me sienta nada bien” no aguanto la risa, pues oigo una frase de señora que se prueba una falda y pide una talla más. No soporto “Amor eterno”. Chin: se me olvidó otra vez el Conapred.
Supongo, con mi autoanálisis, que lo mismo ocurre a sus fans: a cada quien le toca una fibra distinta del corazón, como las arpas eólicas pulsadas por el viento. Pero no entiendo el contenido erótico que hay en las manifestaciones arriba señaladas. Será porque soy absolutamente inmune a la imagen de hombres como Juan Gabriel. Y a los de brillos intelectuales, también.
Por supuesto, no necesito la bazuka mata-pichones de Yuri Vargas y su análisis técnico-poético de “Amor eterno”: la canción es horrible con todo y sus endecasílabos perfectos.
Una intimidad y un sacrilegio. La intimidad es que la muerte de Juan Gabriel me ha puesto de nuevo a cantar en la regadera. Siempre la misma y alargando la vocal: “que sólo yooooo te quise”, como en cantina típica, de las de sinfonola, mesas de lámina regalo de cerveza Victoria, mesa de soldados, otra de putas, otra más de travestis, un bolero, una niña que vende claveles y un hombre que vende “toques” eléctricos. Después de 3 tequilas, todos cantamos “Probablemente ya.../de mí te has olvidado...”.
El sacrilegio es que, en mi autoanálisis, he descubierto que esa canción me hace llorar por lo mismo que el gran poema de Kavafis, “La Ciudad”. No pude traducirlo (hasta que Gustavo Hirales me hizo enojar) porque después de “la ciudad te seguirá”, me comenzaban a bailar la psi y la lambda y me entraba humo en los ojos. “En estos mismos barrios envejecerás;/y entre estas mismas casas encanecerás./ Siempre a esta ciudad has de llegar. Para otras —ni lo esperes— no hay barco para ti”. Uff.
O bien: “Por eso aún estoy en el lugar de siempre,/en la misma ciudad y con la misma gente”... y aquí le paro porque ya me volvió a entrar humo en los ojos.
Don rector de la UNAM: ¿Ya sacó a los rufianes que viven, cocinan, duermen y se reproducen en el auditorio Justo Sierra hace 16 años? Echar al director de Tv UNAM fue fácil. Los delincuentes armados recibirán las escrituras del ejido que invadieron. Ya hicieron antigüedad.
Medalla BELISARIO DOMÍNGUEZ 2016 para Gonzalo Rivas Cámara, que salvó cientos de vidas a costa de la suya: #BelisarioParaGonzaloRivas
Novedad: Mi último tequila, autobiografía procaz. Cal y Arena.